Nos han ido anunciando durante estos últimos días los nuevos planes gubernamentales para la regeneración de la democracia, eliminación del fango, y, de paso, reinvención el sistema constitucional del 78. Como siempre ocurre en este país, los unos dicen que traerá más progreso, transparencia y ... felicidad a la peña, y los otros directamente sacan de su cripta a Franco. En todo caso, al leer esta noticia mi memoria me devolvió a un pasado cercano, o quizás ya no tanto y a la película en dibujos animados del torito Ferdinando.

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Pudiera parecer que hace cien años, pero echando cuentas, la veíamos hace tan sólo dieciocho. Sobre el 2006, calculo. Se trataba de una peli en DVD que andaba por casa (¿se acuerdan de aquel revolucionario invento de cine doméstico, inocente artilugio de entretenimiento colectivo?). El fan de Ferdinando era uno de mis hijos a sus cinco años y, como le gustaba tanto, nos lo teníamos que tragar todos los de casa una y otra vez. Es el cuento de un toro bravo, con imponente porte y astifina cornamenta, pero manso, muy manso. Tenía el animal unos ricitos muy monos en la testa y un toque suave, florido y colorista, en sus ademanes. Nada propio de los morlacos de su raza, bravos, serios y cuajados. La cosa es que a mi hijo le chiflaba aquel bicho. En la peli metían al torito en una plaza abarrotada, pero éste, en vez de mostrar su bravura, entrando al trapo y corneando a diestra y siniestra, se echaba en el suelo, boca arriba, y se ponía a mirar unas flores. Entonces el torero, irritado, hacía aspavientos alrededor del animal, se desesperaba y tal como contaba el narrador, «se arrancaba los cabellos» (sic). Ese narrador, de Disney, tenía un fuerte acento mexicano, lo cual le daba un toque más gracioso a la historia. Y bueno, allí estábamos, el niño con los ojos como platos viendo a Ferdinando en bucle, y los demás también con el dichoso torito, pues sólo había una tele en casa y el que manda, manda.

Me pregunto ahora que pasaría si a alguien se le ocurriera rescatar en 'prime time' la peli del torito Ferdinando. Para empezar, se pondrían en pie de guerra los animalistas, escandalizados por el trato degradante a ese bicho. Luego intervendrían los antitaurinos, con el incendiario coctel de toros, violencia e infancia. Tras ellos, los pro taurinos, claro, ofendidos por la ridícula imagen dada del torero, un ataque más a su noble arte. No faltarían, por supuesto, los de las plataformas LGTBIQ+, pues los suaves ademanes del animalito darían pie a debates de género y eso escuece. Algunos mexicanos protestarían también por el acento del speaker. Y, cómo no, habría que oír también a los especialistas en psicología infantil, fumando en pipa ante el degradante espectáculo al que se está exponiendo a un inocente niño de cinco años. Total, que se armaría el lio padre. Sería imposible tener la fiesta en paz, nunca mejor dicho. El asunto terminaría en el Parlamento, en las redes sociales, en el programa de Ana Rosa o, directamente, en los tribunales.

Qué poco tiempo ha pasado, pero cuántas cosas entre los dos posibles escenarios: el del niño viendo inocentemente los 'dibus' y el del jaleo entre los distintos colectivos sociales. De todos es conocido, y también asumido con la misma mansedumbre que el torito de marras, que el pensamiento único va inundando nuestra sociedad. Nos guste o no, es así. La censura social avanza a grandes pasos y hoy en día es difícil encontrar un tema, a poco que sea algo controvertido o delicado, que no se pueda convertir fácilmente en material inflamable, en un gran charco que conviene no pisar. Cuidado con ciertos chistes, no vaya a andar cerca un cojo; o para qué llamar a una cosa por su nombre, teniendo un buen eufemismo a mano. Lo razonable, oportuno o bienintencionado del asunto es lo de menos.

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Es entonces, en medio de ese inexorable tránsito hacia la vía del pensamiento único, cuando nos vienen a intentar colocar la guinda. Al parecer, nos quieren aumentar por vía de decreto la dosis de raciocinio domesticado, estableciendo un férreo control sobre los medios de difusión social o, dicho de otro modo, sobre quién nos cuenta el qué. Con el rimbombante nombre de 'Plan de regeneración democrática' nos anuncian un paquete de medidas orientadas a favorecer a aquellos que dicen contar la verdad, y anular a los otros que, según los prescriptores de lo socialmente correcto, se dedican a lanzar bulos. Fango, bulos, palabrejas bien sobadas últimamente, pese a su antigüedad en el diccionario. Se trata de anular la máquina del fango, nos dicen. Como si la verdad tuviera ya pocas aristas de por sí, como para buscarle aún más ángulos. Visto el particular concepto de lo auténtico y lo falso (o mejor dicho, de lo conveniente o no) de los precursores de la idea, ya podemos andar espabilados. En la información y en el pensamiento crítico está la clave de todo. De modo que cuidado, no vaya ser que acabemos como el torero de los 'dibus', arrancándonos los cabellos. O lo que sería aún más triste, comiendo sólo pasto, como el torito Ferdinando.

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