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La pasada semana tuvieron lugar en toda España los exámenes de la EBAU, que viene a ser la Selectividad de toda la vida, esa prueba o filtro que te ponen tras tu tiempo colegial, para decidir a través de un examen para qué vales y ... para qué quedas descartado, al menos en la universidad pública. Si hay posibilidades en casa, puede que tu vocación admita un plan 'B' en la privada, pero, si no, complicado.
Este año se presentaron unos 200.000 aspirantes. Un montón de chicos y chicas que en tres días se jugaron su futuro, y que en función de la comunidad autónoma donde estén lo van a tener más o menos complicado. Ya saben, lo de la igualdad de todos los españoles que proclama la Constitución, y que nos pasamos ya por el forro con toda normalidad, entre aplausos, fandangos y alegría.
Para empezar, es necesario pagar más de 100 euros para poder presentarse a la prueba. Manda narices que en una sociedad donde se supone que ha de primar el esfuerzo y la excelencia académica, se obligue a una familia a abonar tal cantidad para que un alumno que ha sacado el curso en junio pueda acceder al examen. Se regalan bonos culturales a diestra y siniestra para comprar videojuegos, pero hay que pasar por caja para mejorar con el esfuerzo. Y no sólo eso, sino que sucede que las tasas difieren en cada comunidad. Si eres de Asturias, ciento y pico euros, pero si tienes la fortuna de estar por ejemplo en La Rioja, menos de la mitad, cuarenta y seis euritos de nada. No me digan que el asunto no tiene tela; pagar por demostrar que vales, como si las notas del bachiller no importasen, y encima con sablazos distintos según donde mores.
Lo peor es que no queda ahí la cosa: resulta que los exámenes difieren en cada comunidad, y en unas son para rilarse y en otras, un chollo. En Asturias el ambiente está muy revuelto con la prueba del jueves, de química. Mi hijo menor se examinó de ella, y me confirmó que había sido muy complicada. Tan solo a modo de argumento, y sin ánimo de ejercer de papi abobado, he de decir que el chaval sacó un 10 en el colegio en esta asignatura, por lo que su opinión quizás pueda ser tenida en cuenta.
Yendo a lo práctico, a los asuntos de pasta, el tema funciona así: la prueba de química puntúa para varias carreras que tienen números clausus, es decir una nota de corte para acceder a la universidad pública. Pongamos por caso, Medicina. Si a un asturiano le va mal en la EBAU y no llega a esa nota de corte, le puede birlar su plaza en la Facultad de Medicina de Oviedo, por ejemplo, un canario, cuya prueba en la misma asignatura haya sido más sencilla. Después de eso, a la víctima del atropello y a sus papis no les queda otra que preparar, si se lo pueden permitir, unos 130.000 euros, que es lo que calculo que viene a costar la carrera de seis años en una universidad privada, incluyendo la estancia y otros gastos.
Como la mayor parte de familias no pueden afrontar tal dispendio, por muy buen hijo y excelente estudiante de que se trate, el muchacho o muchacha ve truncado así su futuro, y se busca otra formación, que le corta de por vida sus alas. O eso, o directamente se sienta en el sofá de casa, sin saber bien qué le pasa, desganado, raro, dolido en sus adentros, por no decir otra cosa. Rendido, porque siente que estudió como un burro, cumplió con su parte del trato, y ahí se queda tirado.
En España nos quejamos de los jóvenes, de que andan despistados. Nos llevamos las manos a la cabeza porque no hay gente para trabajar, pero al tiempo tenemos tasas de desempleo juvenil desorbitadas. En Asturias, el 47% entre menores de 25 años está parado, ahí es nada. Oímos que no se esfuerzan, que lo tienen todo fácil, que se tumban a la bartola, y que están en el limbo, ablandados....
Bla, bla, bla.
Las nuevas generaciones son víctimas de la incompetencia educativa de la generación adulta. La frivolidad con la que se les está tratando, y el desprecio mostrado hacia su esfuerzo, es una peligrosa anomalía social, además de una flagrante injusticia. El ejemplo que he intentado exponer es una prueba palmaria de que aquí está claro quiénes son los torpes, y los malos. Aplicar un distinto rasero, o medir las posibilidades de éxito según dónde te examinen, significa menospreciar al alumno brillante. Todo aquel que ha pasado por esa fase y tuvo que superar pruebas, lo sabe: cuando se trata con tal ligereza el porvenir de un chico o una chica de 18 años, se está jugando con sus ilusiones y vocación, con su vida y futuro. Palabras mayores, como para no ir con más cuidado.
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