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Según la RAE, un dogma es «una proposición que se asienta por firme y cierta, como principio innegable». Que levante la mano quien no esté o haya estado a lo largo de su vida condicionado por algún dogma que marque su forma de ser y ... actuar. Bien sea de carácter religioso, moral, económico o social, el dogma está presente en el entendimiento de quien lo porta a modo de orejeras, y determina sus opiniones, sus actos, y su previsible comportamiento. Es además como un elixir de motivación, una fuerza invencible tanto para bien como para mal, pues es primo hermano de la cerrazón, el fundamentalismo, y la exclusión.
Tras el 23J, me he despertado de una ensoñación, y creo haberme liberado de un dogma. De otro más, diría. Desde que tengo uso de razón, estoy acostumbrado a ver en los libros de texto un mapa de la península ibérica monocolor, con la excepción de Portugal, allí en la esquina. Toda la península en naranja salvo nuestro vecino, por ejemplo, en verde; nosotros en un tono, y ellos en otro. Nos lo han enseñado siempre así, y por tanto hemos hecho de ello una verdad absoluta, un hecho incontestable, un dogma. Si a esto le sumamos la sensata aseveración de que la unión hace la fuerza, y aliñamos todo ello con los Pirineos por un lado y el inmenso mar por el otro, pues ya está, ya tenemos el mapa, el mensaje, el 'conceto' de España que diría Pepiño, el de las gasolineras. Una, grande y libre, para el que se atreva a calificarla así, antes de ser tachado de facha, reaccionario y ultra. Si estuviera en Francia, por ejemplo, podría decirlo bien alto e incluso cantar La Marsellesa a pleno pulmón, sin rubor y junto a otro compatriota desconocido, pero estamos en la península ibérica, suelo tan bendecido como autodestructivo, y ya se sabe que para estas cosas de los himnos y las banderas Spain is different, my friend.
La realidad, los incontestables números, nos dicen que este terruño llamado España es ya una entelequia, un concepto del pasado. El otro día nos han vuelto a pasar por el morro que hay 28 diputados que, una vez más, están llamados a decidir el futuro de todos nosotros. El 8% se ha acostumbrado ya a mandar sobre el 92% restante, entre los que muy probablemente se encuentra usted. Los del pasamontañas y el 'España nos roba' han triunfado, y van a seguir decidiendo lo que se cueza por estos lares. Por otro lado, si contamos el 30% de personas que no fueron a votar, y a ellos les sumamos los votantes 'Frankenstein', es decir los separatistas y los que les amparan, más los votos en blanco o nulos, llegamos a la triste conclusión de que al 65% de los ciudadanos con capacidad para votar en España, la unidad de nuestro país parece preocuparles más bien poco, o nada. La cosa va así, nos guste o no, y tiene pinta de que no va a cambiar.
Por ello, y dado que la gangrena en la piel de toro se extiende sin remedio, me ronda cada vez más la incómoda idea de cortar por la parte sana. En tiempos de globalidad, de UE, fondos de cohesión, OTAN y demás alianzas y fortalezas, los ibéricos vamos a contracorriente, como casi siempre. Tirar de bisturí nunca es plato de buen gusto, está claro, pero me planteo qué es peor: quedarte solo, o acompañado por alguien que te está diciendo todo el día que le importas un bledo, y que lo suyo es sólo suyo, pero lo tuyo es de los dos.
Los tiempos están cambiando, y cada vez más rápido. Es una pena, pero a mí, como puede que a usted, me tocó estudiar mapas con Yugoslavia, la URSS, una Europa de seis, o los ya lejanos ingleses, liderándonos. Y a alguien cincuenta años más viejo (o menos joven) que yo, le enseñaron en la escuela un mapa imposible de entender medio siglo más tarde. Quiero decir con todo esto que quizás estemos equivocados con la atractiva idea de la diversidad española y demás espejismos buenistas. Además, me siento hastiado de tanta 'matraca', como ellos llaman a su contumaz hábito de atacarnos, a plata o plomo. Estoy harto de asistir al meneo del árbol, para que luego recojan las nueces. El ninguneo es como la humedad que va corroyendo los cimientos, y eso es lo que estamos padeciendo una mayoría de votantes que, pese a ganar en las urnas, acabamos deviniendo en resignada minoría electoral. En definitiva, que lo que hoy me pide el cuerpo es dar un portazo. O dicho de otro modo, hacerles la cuenta a ese 8% de 'matraqueros' por lo mucho que nos deben, y acto seguido, enviarles a ese lugar oscuro por el que nunca entra el sol. Quién sabe, lo mismo se les terminaba de un golpe, tanto 'negosi', tanta 'borroka', y tanto cuento.
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