Cinco, y ni uno más. Ese fue el número de sus señorías que tuvieron a bien comparecer en el Congreso el pasado día veinte de febrero, fecha en la que se llevó a cabo una jornada convocada para dar impulso a una reforma legislativa que ... permita llevar una vida más digna a las personas enfermas de ELA. Es ésta una enfermedad tan dura y cruel, que acongoja con tan sólo asomarse a las historias que afloran tras las personas que la padecen, y las de sus familiares.

Publicidad

'Sus señorías' se les da en llamar, por su presunta dignidad, sinónimo de respetabilidad y nobleza. Qué ironía. El caso es que ese día hicieron acto de presencia en el Congreso un grupo notable de víctimas de esta terrible enfermedad, encabezados por Juan Carlos Unzué, un pamplonica con un par, al que hace años veíamos volar de poste a poste en las porterías de algunos de los mejores equipos de fútbol. Un Superman al que la vida le ha puesto ahora el brazalete de capitán en otro equipo, formado por compañeros mucho más valerosos, muchísimo más admirables, y de alguna forma, infinitamente más fuertes que aquellos afortunados deportistas que le acompañaron en sus años de atleta. Son éstas personas a las que resulta de elemental justicia cuidar y asistir, en un estado de bienestar como el que aún disfrutamos, colmado de ayudas y subvenciones a beneficiarios que, sin pretender poner en duda su merecimiento, se encuentran muchas veces en una condición física apta para lograr defenderse en la vida. Algo que para un enfermo de ELA es ya un recuerdo o una lejana esperanza, como sería para cualquier otra persona poder volar.

De sobra es sabida a estas alturas la pésima imagen que tiene la clase política entre el común de la gente en nuestro país. Cuesta encontrar a un solo líder que obtenga un aprobado raspado en la valoración ciudadana, con independencia de su ideología o imagen personal. Supongo que en esos corrillos en los que a veces se les ve, entre risas, relajo y compadreos, algunos de ellos se preguntarán por qué esto es así, qué le pasa a la peña para semejante rechazo, pese a la mejora de su apariencia desde que pisan hemiciclo y moqueta. Cuál es el problema que vuelve estéril su pose, lograda a base de cuidados atuendos, estudiadas cabelleras y buen color de piel. Lo que le pasa a la gente, a ese distante vulgo que anda por la calle, no es otra cosa que el hecho de vivir con los pies en la tierra y actuar como seres normales y sensatos, sin más.

Mi opinión al respecto es que en la política española actual parece estar teniendo lugar una especie de endogamia, que hace que todos parezcan iguales, con independencia de dónde procedan, o qué discurso nos quieran vender. Da la impresión de que, una vez que logran atravesar el umbral del magno edificio y sus imponentes felinos, se dicen a sí mismos «hasta aquí he llegado», y ahí se quedan, adormilados en su autocomplacencia y sus parabienes. De ese modo, las virtudes con las que habían salido de su casa quedan ensombrecidas por su ego y la lujosa parafernalia parlamentaria que les acompaña, con su pléyade de serviciales asistentes detrás, recordándoles lo guapos que están. Se olvidan entonces, si es que algún día llegaron a entenderlo, de la simbología de la pareja de leones de bronce en la entrada al edificio que es su puesto de trabajo, que no es otra que la defensa del ciudadano. Dicho de otro modo más animal, pues mamíferos somos, ser guardianes de manada en la selva social y cuidar del más débil, aquel que sufre.

Publicidad

En el Congreso, como todo el mundo sabe, hay trescientos cincuenta diputados y diputadas. La jornada para ayudar a los enfermos de ELA fue a inicios de semana, un martes cualquiera. Imagínense si cae en viernes, a sabiendas de las costumbres de los ínclitos parlamentarios de salir pitando conforme se acerca el fin de semana, con sus dietas bajo el brazo. Los ujieres, y pocos más. Cinco fueron los comparecientes ese día, el equivalente a un 1,4% de sus señorías. Un uno y pico por ciento, para abordar un asunto tan sensible y urgente como ese. Cuando toca tratar asuntos que afectan a sus intereses directos y bienestar personal, la cosa cambia, claro. Se aprecia entonces entusiasmo a raudales, salas llenas, y jovial parlamentarismo en todo su esplendor.

Me temo que el pasado día veinte a los señores diputados se les vio el plumero, una vez más. Mira que lo tuvo fácil, cualquiera de los partidos, para mostrar su cara amable, su apoyo a un colectivo tan necesitado, y de paso apuntarse un tanto. Si hubieran asistido seis o siete del mismo grupo, al menos habrían salido en la foto. Pero no, los líderes anduvieron torpes, y sus palmeros, despistados. Ese día, pese a sus limitaciones y dificultades, tuvo que ir un grupo de héroes anónimos a darles una lección de humanidad, coraje, empatía, y agallas. Palabras que a los 345 presuntos guardianes de lo público que no se dignaron aparecer por ahí, bien pagados todos ellos, parecen quedarles muy grandes. A la vista está.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad