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He decidido hacer una prueba y redactar esta columna hoy en papel, a ver si soy capaz. Si lo logro, la tendré que pasar a Word para enviarla por e-mail a la redacción de EL COMERCIO, pues no creo que tengan un fax aún ... por allí, ni que me la admitieran así. Puede que incluso pululen por el periódico jóvenes periodistas que no hayan visto nunca un cacharro de esos. Del télex y otros artilugios que tanto nos impresionaron en su día, ni hablamos.
Escribo a boli a fin de recordar la vieja sensación de no poder borrar texto, tener que tachar, o estar obligado a huir hacia adelante, antes de romper el papel en pedazos y hacer con él una pelota con la que encestar en la papelera, desesperado. Siempre he pensado en el enorme talento que se ha de tener para escribir de corrido, limpiamente, y sin más ayudas que tinta, folios y una vela. Kerouac redactó 'On the Road' en un rollo de papel pegado con cinta adhesiva, en tres semanas: 36 metros de genialidad a modo de pergamino, de un tirón. Imagino a Dostoievski, Proust o Galdós creando sus obras a pelo, y me pregunto cuántos 'bits' cabrían en su cabeza, en la inmensidad de su disco duro orgánico, en su particular 'nube' cerebral. Una mesilla, un abrigo raído, tabaco, y una vieja pluma. Monstruos, dioses, 'influencers' sempiternos.
La máquina de escribir se inventó hace siglo y medio, y ahí empezó a cambiar ya la cosa. Los de mi quinta conocimos las Olivetti en todo su esplendor, cada vez más rápidas, eléctricas ya, con corrección y otras ayudas. Pasamos después del papel de calco a la revolucionaria fotocopiadora, y la escritura, junto con la vida misma, cambió para siempre. Aún recuerdo ver embobado, de la mano de mi madre, aquella mastodóntica máquina escupir copias en la Librería Industrial, en la calle San Bernardo de Gijón. Mi madre suspiraba ante aquel invento sideral, aquellas Xerox que idolatró cualquier autor, capaces de multiplicar su trabajo en minutos. De aquellos comienzos fui inocente testigo, como si fuera otro juguete más, sin llegar a sospechar lo que nos quedaba aún por ver.
Ahora, todo el mundo escribe en Word, y la misión es infinitamente más fácil. ¿Se imaginan a Tolstoi con Word, la que podría armar? A golpe de ratón quitas, pones, cambias de sitio palabras y modificas a tu antojo, a toda pastilla sobre una pantalla creada 'para tontos', como quien dice. Con el dedo índice y poco más, pues no me he tomado la molestia, idiota de mí, de interesarme por la mecanografía; mas veloz que el rayo, mucho más que en este momento, con un boli Bic azul avanzando torpemente en un bloc de espiral. No suelo usar las múltiples herramientas que ofrece la aplicación, tales como sinónimos, revisión ortográfica, lectura en voz alta y otros útiles trucos. Lo juro solemnemente. Trato de no autoengañarme con atajos, y me siento un poco mejor por ello, he de decir. Sí uso, en cambio, el contador de palabras, ya que si me paso de texto me riñen en la redacción. Defensa propia, oigan.
En todo caso, y si han leído hasta aquí, olvídense de todo y relájense, ya que al parecer las andanzas de un articulista, escritor o cualquier otro operador de palabras se acaban, y todos nos vamos a ir pronto al carajo. Nos anuncian que ChatGPT anda ya suelto con su guitarra, de modo que el homo sapiens, por mucho que lo intente, lo va a tener muy chungo. El Chat en cuestión le va a chupar sus ideas como una garrapata cibernética, un terminator sin levita ni gafas a lo Lennon, pero con recursos infinitos, y sin horario. La Inteligencia Artificial ya está aquí, y con ella el presunto exterminio de la creatividad, la imaginación y el talento, según nos cuentan. La IA es la bomba: pinta, escribe, esculpe, y lo que haga falta. Los que no creen en nada están de enhorabuena, pues ya tienen un Dios al que adorar, un todopoderoso circuito algorítmico con fauces afiladas, que hará el mundo más próspero, más perfecto, más fácil, y mucho más feliz.
Total, que hasta aquí hemos llegado, con el ChatGPT, la IA, y como diría Sabina, la 'p' que los inventó. Y hasta aquí he arribado yo también, en dos folios y pico, con los dedos entumecidos de tanto garabatear, exhausto. Prometo pasarlo a Word tal como está, a ver cómo queda la cosa. No pienso tocar ni una coma. Al Goliat digital que nos amenaza, y a sus frikis creadores que tan contentos están con esa panacea que nos va a convertir a todos en bobos de baba, que les den morcilla cuántica, de la mala. De la rica, la de Burgos o Matachana, seguiremos dando cuenta nosotros, los inútiles Davides. Los lentos, dubitativos, contradictorios, imaginativos, a veces exasperantes, y disfrutones seres humanos.
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