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Habrá viviendas al por mayor, nos cuentan. Mientras escucho el anuncio (iban ya unas 120.000, y subiendo), recuerdo aquellas promesas de empleo de Felipe González en el 82, los famosos 800.000 puestos de trabajo que resultaron un total fiasco y dieron lugar a ... múltiples parodias. Es imposible olvidar la genial imitación de Pedro Ruiz, que en aquella época se hizo de oro disfrazándose de González y alegando, entre coñas y hombros, encogidos que él había prometido «ochocientos, o mil». Luego terminaba cada frase con un «por consiguiente», el soniquete que el ex usaba para todo. El tío lo bordaba.
Ahora, las falsas promesas vuelven, pero con otro estilo, menos arte y sin consiguiente alguno. Ni estudios previos, ni propuestas, ni planos, ni proyectos, ni nada. Tan sólo intenciones, que a la vista de los precedentes del mensajero y lo que vale ya su palabra, muchos escuchamos como quien oye llover.
En un tema tan sensible como el de la vivienda, parece ofensivo que se manoseen así las expectativas, a sabiendas de que medio país está agobiado por alguna razón relacionada con ella. Quien no está asfixiado por un alquiler carísimo, lo está por una hipoteca que no hace más que subir, o por no poder irse de la casa de sus padres, o por tener que compartir piso a los treinta... Hay poca gente, especialmente entre los jóvenes, que no esté atrapada de alguna forma en ese círculo vicioso.
Durante los cinco últimos años, poco ha parecido importar este problema. Es más, casi diría que los únicos beneficiados por las políticas de vivienda son, una vez más, los que no tendrían que serlo. Inquilinos que no pagan u okupas, aprovechando resquicios legales. Que alguien me diga que no conoce a nadie que haya tenido un problema con un piso en alquiler o con una ocupación o con vecinos problemáticos irrumpiendo en su comunidad. Todo esto está al orden del día y supone un motivo de preocupación, cuando no angustia, para mucha gente, impotente ante situaciones tan absurdas como surrealistas.
A un mes de ir a votar, de pronto, sacan de la chistera tropecientas mil viviendas, el maná en forma de ladrillo y tejas. Da igual que al día siguiente analistas especializados digan que es tan irreal como imposible, una utopía a corto plazo. El anuncio hecho está y los aplausos oídos quedan. Entonces, ¿qué? Pues a sentarse a esperar que el votante joven, no tan toreado como los que oímos a Pedro Ruiz y su «por consiguiente», muerda el anzuelo y piense que el todopoderoso de las mil caras le va a arreglar el problema por la ídem, y de cien mil en cien mil.
En mi opinión, para resolver el asunto de la vivienda en España hay que empezar por crear un clima de seguridad jurídica que en este país no existe. De sobra es conocido que hay miles de pisos vacíos, cuyos dueños estarían dispuestos a alquilar si no tuvieran la sensación de pifiarla en caso de que el inquilino les salga rana. Cualquier propietario aspira a obtener un rendimiento de su patrimonio. No sólo es lícito, sino que es bueno para la economía, o al menos eso dicen los que entienden un poco de estas cosas, a los que, como siempre, no se les hace ningún caso.
Si la gente se animara a sacar su vivienda al mercado sin el temor a quedarse sin ella durante unos cuantos años, la bolsa inmobiliaria aumentaría y, con ello, los precios bajarían. Es pura lógica económica: dos curvas, la de oferta y la de demanda, que se cruzan en un punto 'P', que es el precio. Si aumentas la 'O', el precio baja; fácil de entender, para el que quiera hacerlo. Quien pone en alquiler un piso en este país está aplicando una elevada 'prima de riesgo' inmobiliaria. El arrendador sabe que a una mala no solo no cobra, sino que aspira a recuperar, tarde y mal, una vivienda deteriorada, cuya reforma le va a suponer más de lo ingresado por el alquiler. A unos buenos amigos, sus inquilinos les dejaron de pagar un alquiler durante años, mientras se compraban un coche nuevo. Los del pufo, no ellos; ellos pagaban la hipoteca entre tanto. No hay salud, ni dinero, que aguante eso. Es entonces de esperar que lo que se ofrezca salga caro.
Quizás si dejasen de crear espejismos de hormigón y se resolviera el problema de fondo la dinámica cambiaría. Si se promoviera la salida al mercado de más inmuebles, otros se beneficiarían de ello. Pero resulta más rentable imitar al italiano de la tónica, «casa per tutti, che pago io», ya que así se rascan más votos. Lo de prometer el oro y el moro en vísperas electorales está ya muy trillado, aunque lo peor es que, una vez más, puede que hasta funcione. Como la okupación, vaya.
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