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Bancos

Muy lejos quedan los tiempos de aquellos directores que fumaban, escuchaban cortaban y pinchaban

Martes, 21 de mayo 2024, 02:00

Me ocurrió esto hace ya mucho tiempo. Una historia de bancos, con final feliz. Tenía por entonces veintidós años, y resultó que necesitaba abonar parte de la matrícula en un centro de estudios, pero no disponía en ese momento de la pasta. Bueno, ni en ... ese momento, ni en ningún otro, aclaremos. Se acercaba el fin del plazo para el pago y allí andaba, pergeñando cómo salir de aquella. El caso es que una mañana me puse una corbata, y me planté en la oficina del Banesto de la calle Corrida, en Gijón. Pregunté por el director, por probar suerte y ¡oh, sorpresa!, al cabo de un rato me recibió un señor muy amable, que me pasó a su despacho y escuchó mi estudiada plegaria. Concretamente, eran doscientas veinte mil pesetas lo que necesitaba, y con dos años de carencia, ojo. «¿Tienes un avalista?», me preguntó. «Noup», le contesté, revolviéndome en la silla. Encendió entonces un cigarrillo, y reclinándose en su silla de cuero de director, me miró detenidamente. «¿Y no querrás el dinero para comprarte un coche, no?», me espetó. «Aquí le traigo lo de la matrícula, con el importe exacto», le respondí raudo, poniendo cara de bueno, a ver si colaba. Al final salí de aquel interrogatorio sudando, pero con la pasta, porque ese buen director, al que siempre estaré agradecido, me concedió el préstamo. Eso sí, al 10% anual. Empecé a devolverle la tela dos años más tarde, según lo acordado, en plazos de once mil pesetas al mes, principal más intereses, hasta que me quité de encima ese pufo, y alguno más que rondaban mi bloc de cuentas por entonces, suscritos con otras entidades.

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