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Me ocurrió esto hace ya mucho tiempo. Una historia de bancos, con final feliz. Tenía por entonces veintidós años, y resultó que necesitaba abonar parte de la matrícula en un centro de estudios, pero no disponía en ese momento de la pasta. Bueno, ni en ... ese momento, ni en ningún otro, aclaremos. Se acercaba el fin del plazo para el pago y allí andaba, pergeñando cómo salir de aquella. El caso es que una mañana me puse una corbata, y me planté en la oficina del Banesto de la calle Corrida, en Gijón. Pregunté por el director, por probar suerte y ¡oh, sorpresa!, al cabo de un rato me recibió un señor muy amable, que me pasó a su despacho y escuchó mi estudiada plegaria. Concretamente, eran doscientas veinte mil pesetas lo que necesitaba, y con dos años de carencia, ojo. «¿Tienes un avalista?», me preguntó. «Noup», le contesté, revolviéndome en la silla. Encendió entonces un cigarrillo, y reclinándose en su silla de cuero de director, me miró detenidamente. «¿Y no querrás el dinero para comprarte un coche, no?», me espetó. «Aquí le traigo lo de la matrícula, con el importe exacto», le respondí raudo, poniendo cara de bueno, a ver si colaba. Al final salí de aquel interrogatorio sudando, pero con la pasta, porque ese buen director, al que siempre estaré agradecido, me concedió el préstamo. Eso sí, al 10% anual. Empecé a devolverle la tela dos años más tarde, según lo acordado, en plazos de once mil pesetas al mes, principal más intereses, hasta que me quité de encima ese pufo, y alguno más que rondaban mi bloc de cuentas por entonces, suscritos con otras entidades.
El caso es que cada vez que paso por aquella oficina de la calle Corrida, reconvertida ahora en una tienda de ropa, y subo por la misma escalera de entonces, magnífica, con esos frescos de Moré tan formidables y bien conservados, recuerdo esa mañana, y también hasta la camisa que llevaba.
Supongo que en función de la edad de quien haya tenido la paciencia de leer hasta aquí, esta historia podrá sonar como algo trivial, nada de particular, o sencillamente, ciencia ficción. Hoy en día cuesta imaginar un montón de cosas de por entonces, si hablamos de la operativa bancaria. En primer lugar, tenemos que imaginar que encontramos una oficina, ya que cada vez hay menos. Luego, una vez allí, hay que ponerse en el lugar de un joven que entra con una mano delante y otra detrás, y pregunta por el director. «Aquí no hay de eso», puede que le contesten. Quizás se encuentre un 'area manager', 'bussiness consultant', 'finance advisor' o cómo den en llamar a aquel tipo o tipa que por allí anda, y que ni pincha ni corta, todo el rato mirando una pantalla. Alguien con escasa empatía y menos experiencia, esperando a que den las dos para salir pitando. En fin, supongamos que tiene un buen día, y escucha al joven solicitante. Entonces, este va y le suelta que necesita mil y pico euros y que no tiene ni avalistas, ni nómina, ni nada que le proteja en el feroz mundo de las finanzas. Ahí lo tienen, al pobre estudiante, un proyecto de ciudadano, con una chaqueta que le han prestado y un gurruño por nudo de corbata. La expresión del 'area manager' lo dirá todo, de dónde habrá salido este friqui pedigüeño descarado. Por cierto, todo ello transcurrirá en un espacio ultra moderno, abierto y sin barreras, diseñado para que oigan bien el resto de improvisados espectadores la súplica del pobre diablo imberbe que, a puerta fría, osa pedir pasta. Lo más probable es que aquel chaval salga de allí confuso, con cuatro formularios, un par de caramelos corporativos, y los datos de una web para una solicitud 'on-line' que le llevará hacia un proceso laberíntico difícil de sortear por cualquier ratón, e imposible de concluir sin pasar por el campo de aval, aval, aval.
Se me ocurre esta historia después de leer lo de la absorción, fusión, OPA o como dé en concluir la operación del BBVA y el Sabadell Herrero. Mi pronóstico es que, de una forma u otra, y como casi siempre que el agua bancaria suena, esa operación se llevará a cabo. A partir de ahí habrá aún más concentración, menos alternativas, y más lentejas. Muy lejos quedan los días del Banesto, Vizcaya, Popular, Bilbao, Hispano Americano, Zaragozano, Central, Gijón... Tiempos de oficinas, mármol y directores que fumaban, escuchaban, cortaban y pinchaban. Gente implacable, fría, despiadada en ocasiones, pero humanos al fin y al cabo, y por lo tanto con una remota posibilidad de convencerles de algo, como aquel día fue mi caso.
Ahora, si algún negocio precisas, pilla número de 8 a 10, o explícaselo a la máquina. O mira, casi mejor, no aparezcas por aquí y peléate con la 'app' de turno y sus pantallas. Habrá quienes defiendan estas fusiones, por lo del músculo financiero, la solvencia, los 'ratings' y esas cosas, pero intuyo menos bancos donde acomodarse, y más colas con gente mojándose en la calle. De pie, o quizás arrodillada en un futuro ante un único y anónimo Gran Hermano.
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