Hace unos días, viajé a Londres para asistir a un evento especial. Jugaban en Twickenham, catedral del rugby, dos de los mejores equipos del mundo: por un lado Sudáfrica, los poderosos Springboks de Nelson Mandela e 'Invictus'; frente a ellos, la leyenda, los All Blacks, ... que es igual a decir la mejor selección que se haya visto nunca. Un partido de éstos es algo parecido a presenciar un Boca-River, un Rafa-Roger, un Lakers-Celtics, o un show del Boss o los Stones. Cada loco con su tema, dice Serrat, y por ello me costó muy poco coger el petate y tirar para la pérfida Albión, pasaporte en mano. Llegarse hasta Twickenham desde el aeropuerto de Asturias un día como ese no es asunto fácil, pues hay que dar un montón de vueltas, armarse de paciencia, y recibir algún que otro codazo antes de poder tomar asiento. Se trata de esconder la boina, y cargarse bien de libras, porque si nosotros nos quejamos de los precios de aquí, los 'brits' lo tienen aún más chungo. Pedir un simple café por esas latitudes es una decisión delicada; de merendar o cenar, ni hablamos. Calculamos en euros, y casi que aguantamos hasta llegar a casa.

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Nos juntamos allí 81.000 fans, cada cual con su equipo, pero en total armonía, pese a las tropecientas mil pintas de cerveza que al parecer se vendieron esa noche. Cómo bebe esa gente, oigan. Abrevan, diría. La palabra 'fans' mola, al ser inclusiva y ahorrar tinta. También valdría 'almas', aunque pueda sonar más rebuscada. En definitiva, que había allí un porrón de personas con ganas de vivir esos momentos épicos que te ofrecen estos jugadores, máquinas perfectas de ciento y pico kilos de músculo, que parecen no tener miedo a nada. Son curiosos, estos tipos: nunca protestan al árbitro, no fingen ni intentan engañar a nadie, y tratan con respeto al rival, pese a las caricias que se regalan. Los del rugby son unos raros competidores, que tras el partido felicitan amistosamente al contrario, que se ha dedicado a machacarles durante los 80 minutos, e incluso se van con él a tomar una birra en el tercer tiempo, si es que aún están de una pieza. Duros, respetuosos y nobles; o dicho de otro modo, la antítesis del futbolista moderno.

El partido en sí no tuvo mucha emoción, pues desde el principio se vio que los Sprinboks traían mucha artillería. En rugby, tanta superioridad hace a veces monótonos los partidos, y ese día fue como si una apisonadora mantuviera pegados a su línea de marca a los quince de negro, defendiéndose frente a una manada de lobos. En contra de lo que es su costumbre, los All Blacks, chacales habituales de la peor especie, se atrincheraban esta vez tras su 22 a duras penas, para sorpresa de los allí congregados. Al final, 35-7 para Sudafrica, el mundo al revés, el cazador cazado. Alguno de nuestro grupo, por aquello de la iconografía All Black, fue ataviado con la gorra neozelandesa, de negro y con el helecho plateado. En buena hora, pensé. De haber intuido el estropicio, hubiéramos ido de verde y con gacela en el pecho.

Al terminar el encuentro, y consumada la paliza, nos llevó un par de horas encontrar un taxi, un Uber o cualquier otro modo de transporte. En mangas de camisa, cansados y sin un lugar donde sentarnos a comer algo, tuvimos nuestra ración del Londres nocturno, frío e implacable. Asturias, patria querida. Durante la interminable espera, se nos ocurría entre bromas que a los All Blacks les había pasado como a muchos españoles tras las elecciones del 23-J. Antes del partido, los neozelandeses habían hecho su danza tradicional maorí, la archi famosa haka, exhibiendo su amenazador poderío ante los Springboks, que les contemplaban alineados desde su propio campo. Así es su ritual en el rugby mundial, símbolo de su histórica grandeza, y antesala de la 'dana' que suele venir a continuación. Tras la haka, aparecían por el césped tipos como Richie McCaw, Dan Carter o Jonah Lomu, atletas estratosféricos que mejoraban aún más cuando empezaban a sangrar, como los toros. Sólo faltaba entonces la orquesta. Pero en esta ocasión no fue así, y a Goliath le salió cruz. A los maorís, esta vez, la suerte les salió esquiva, y las gacelas, demasiado rápidas.

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Pensé entonces, mientras esperábamos a que algún alma caritativa se apiadase de nosotros y nos rescatase de la 'p' calle, que algo parecido nos había sucedido a los de la España constitucional, por llamarnos de algún modo. Confiados, bailamos una haka pre electoral que nos teníamos que haber ahorrado. Tras el 23-J, parece que vamos a contemplar cómo nos mete un tremendo oval entre palos un renovado híbrido frankensteiniano, esta vez con un nuevo fichaje estrella. Calentando desde la banda irrumpe el fugado, el capitán cobarde que huyó en un maletero, abandonando el barco. Con la misma raya al medio de antaño, entra en juego un mal jugador y peor perdedor, perseguido transfronterizo que, al parecer, va a pasar de tener que chupar banquillo (y juez), a ídolo internacional consagrado. El contubernio está servido. Pobres All Blacks, y pobres hispanos, qué negra nos pinta la noche.

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