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Lo mejor fue el resultado, porque el partido tuvo un desarrollo angustioso para el Sporting. Menos mal que el Cádiz amagó mucho, pero tiró poco. Más bien nada. Mérito de la defensa rojiblanca, que tuvo pasajes con un nerviosismo absurdo, que contribuyó a una imagen ... de zozobra.
Hasta el gol de Gaspar, con la colaboración de Cris Ramos, el Sporting dio más sensación de control. La reacción del Cádiz fue tímida, con conatos de ataque que se difuminaban sin aprovechar algunas imprecisiones en los despejes de los gijoneses. Róber Pier, Olaetxea o Nacho Méndez reventaban el balón, pero con pérdidas irracionales.
El segundo tiempo fue un monólogo. El equipo gaditano se dedicó a dominar y atacar con regates bonitos y pases interesantes, pero sin apenas remate. El Sporting perdía demasiado fácil el control del balón, lo que daba incertidumbre al partido hasta que llegó el rebote en la mano de Chust y Campuzano permitió que las gradas de El Molinón respirasen después de tanto sufrimiento.
El partido fue malo, con un Sporting impreciso y revolucionado, pero fuerte atrás, pese a que el centro del campo existió poco. Abusó de los patadones y corrió riesgos en defensa para sacar el balón. Lo que cuenta son los tres puntos. Lo demás es literatura.
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