La laicidad en un estado democrático, desde el punto de vista estrictamente legal, es un principio básico de nuestro ordenamiento jurídico, que desde la separación ... de la Iglesia y el Estado informa y organiza la libertad y diversidad de creencias, en una sociedad vertebrada por unos valores compartidos expresados en la Constitución. La laicidad es una consecuencia lógica, una exigencia de los principios de igualdad y libertad. No es posible una libertad de conciencia (religiosa o no religiosa) en condiciones de igualdad sin laicidad.

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Un estado donde se garanticen la libertad y la igualdad de derechos sólo puede ser un estado laico.

Desde el punto de vista cultural y de las actitudes sociales dominantes, la realidad no siempre se atiene a los principios legales. Muchos estudios sociológicos, cabe señalar el que Cáritas realiza, ponen de manifiesto la disparidad en el respeto a los colectivos de diferentes confesiones religiosas o ideológicas; baste pensar en el maltrato social, e incluso institucional, que reciben confesiones no católicas: protestantes, hebreos... De manera especial los musulmanes (árabes, asiáticos o africanos), sobre los que se están dando, por las ideologías ultra, una discriminación social.

Permítaseme hablar de la laicidad desde lo cristiano. Mas que citar a Jesus de Nazaret, que siempre dejó claro que su reino no era de este mundo, aunque ya estaba dentro de él en la medida en que crecieran la paz y la justicia, voy a referirme a un gijonés de reconocida sabiduría y grandeza de espíritu, Jose María Díez-Alegría, teólogo y profesor de ética en la gregoriana en los años conciliares. En su libro 'Creo en la esperanza', obra muy abierta, ponía de manifiesto que el catolicismo no es la única religión verdadera; hay también verdades trascendentes en otras confesiones de lo infinito, dígase Dios. Otro gijones popular, Jose María Díaz Bardales, dijo en vida que «este libro me ha hecho mucho bien, me parece un signo de libertad».

Díez-Alegría, en un documento firmado por 75 teólogos, defiende entonces la no confesionalidad cristiana o religiosa del Estado, de modo que la Iglesia no puede imponer por vía político-legal sus propuestas ético-sexuales al conjunto de los ciudadanos.

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Hoy, sin embargo, han vuelto a extenderse planteamientos ultras, afines a lo que en su día se llamó el 'nacional catolicismo', cuando el franquismo dictatorial, violento y profundamente antisocial, era recibido bajo palio en las iglesias. Esta vuelta a las ideologías ultraconservadoras es anticristiana y contraria a uno de los pilares de la democracia, la laicidad.

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