Estamos viviendo en una época uno de cuyos rasgos más preocupantes es la crisis de la política, y su manifestación más clara y dura es ... la mentira, admitida y practicada permanentemente como arma. La mas eficaz para triunfar en las candidaturas de un partido y ganar en las elecciones para cargos políticos.
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Simone Weil, a quien hoy se la vuelve a reconocer como una de las mentes mas lúcidas del siglo XX, ya denunciaba premonitoriamente: «El espíritu de verdad esta hoy día casi ausente de todo el pensamiento, la religión, la ciencia, la política... Los males atroces, en el medio de los cuales hoy nos encontramos, proceden enteramente de este espíritu de mentira y de error. Se extiende a todas las clases de la población; se apodera de naciones enteras y las lleva al frenesí».
Este uso fraudulento de la política no es nuevo, pero personalmente, en las décadas que he ejercido como díputado nunca se llegó a tal nivel de uso de la mentira, de los bulos... Y, más aún, de los insultos y descalificaciones personales. He asistido a debates fuertes, pero rigurosos, entre Manuel Fraga Iribarne y Santiago Carrillo. En ningún caso se dio ni se esperaba insultar a un representante y, menos aún, a un representante elegido por su pueblo. Nunca se dio entonces, absolutamente nunca, calificar de traidor, de ladrón, incluso de asesino que merecería ser colgado de un puente, a la máxima autoridad política, el presidente del Gobierno, y usar todo tipo de infamias contra sus familiares. Aún ahora, despues de varios años de esta práctica vidriosa, inhumana, me cuesta trabajo ver que realmente se estén diciendo tales infamias presentándolas como verdaderas.
¿Como es posible que el uso de la mentira, de la falsedad, se haya convertido en un instrumento de los sectores políticos con mas medios de información, que dedican mucho dinero y grupos de expertos al arte de mentir, porque produce votos electorales, sin pararse tan solo un instante a reflexionar en el mal social y personal que produce la mentira en la práctica de la política, que por su naturaleza busca conseguir el bien común, cuya base mas solida es la honestidad como se da en los contratos mas elementales?
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No pensar es de incapaces y de imbéciles, que por logros egoístas e inmediatos producen un mundo inhabitable y una vida personal sin sentido. Pensar, dicen los clásicos, es lo esencial para ser persona. Y mentir es incompatible con lo bueno y lo bello, que forman una simbiosis con la verdad, de la que dicen los libros bíblicos: «La verdad os hará libres».
Por eso quien obra mal, quien comete injusticia, se pierde a sí mismo. Así lo explica la máxima «es mejor sufrir la injusticia que cometerla», de Sócrates, porque el que obra mal es porque no se mira a sí mismo, no dialoga consigo mismo y, por tanto, no es él mismo, se pierde a sí. La gente que no piensa, que no mira a su interior, que no dialoga con su otro yo, asumirá la moralidad de su entorno social, incluso cuando este suponga una ruptura con la moral social anterior, como fue el caso del nazismo, que ordenó matar y mentir como bien moral.
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No quiero referirme solamente al último y repugnante episodio contra el actual presidente, utilizando como medio indigno, repulsivo, a su esposa.
Sea cual sea la salida que tenga este problema, debiera afectar también a los jueces que no sean honestos con la justicia y la verdad.
Desde mi punto de vista, la práctica sistemática de la mentira con fines de trascendencia contribuye como ningún otro factor a deshumanizar la vida ciudadana. Sin verdad no hay personalidad, dice Hannah Arendt, y nos convertimos en no humanos.
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