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Hoy tendríamos que hablar ya de 2021 que es un año para el futuro y la reconciliación con el calendario. Pero cuesta resistirse a no despedir de alguna manera el 2020, año, entre los recientes, que por un tiempo ocupará más espacio en la historia. ... Hay una razón que no deja lugar a las dudas: ha sido un año malo, pésimo, para olvidar, si olvidar fuese tan fácil como decirlo.
No cabe duda que habrá sido un buen año y hasta provechoso para algunos. Pero las excepciones no pueden llevar a la confusión. 1.800.000 personas no van a poder contarlo por culpa de la covid en el mundo. Son cifras de víctimas propias de guerra, de las que siempre cabe culpar a los contendientes. En esta ocasión el mal no fue provocado por el hombre.
Ya sé, ya sé que se buscan culpables humanos y hasta intencionados de la irrupción del virus maligno en nuestras vidas. Personalmente tengo que decir que no me lo creo. Si se ofrecen pruebas claras, rectificaré, lo prometo. Hasta ahora no han aparecido. Como el ser humano propende a buscarle explicaciones negativas a todo, no escucho las de quienes saben menos que yo, que no es nada.
Mientras no se demuestre lo contrario -y mira que hay personas sabias con autoridad para averiguarlo- para mi esta pandemia ha sido obra de la naturaleza, que a veces premia y a veces castiga. Mientras siguen las elucubraciones hay un detalle que sí está probado y merece valorar. El talento humano y el desarrollo logrado por la ciencia han conseguido una vacuna -mejor dicho, varias vacunas- que no resucitarán a los que murieron, pero sí evitarán que mueran más.
Esta la aportación más importante que el año que acaba de despedirse nos deja. Es el motivo que tuvimos la noche del jueves para celebrar, sin campanas ni copas de madrugada. Tiene el valor incalculable que aporta a la salud, lo primero según el viejo tópico. Todo lo demás es nefasto y obliga a la sociedad a reaccionar sin demora alguna para paliarlo.
La economía es el segundo perjuicio que nos ha supuesto la covid-19, el que altera y reduce nuestro estado de bienestar o, mejor diríamos, de buen pasar. Muchas personas mayores acogidas en las residencias de la tercera edad han anticipado su muerte y muchas familias se han visto de pronto sumidas en la pobreza.
El mundo que nos deja la pandemia es más peligroso, más ingrato y más incierto. Será recuperable, sin duda. Pero antes supondrá mucho esfuerzo, muchos sacrificios y mucho ánimo. Los gobiernos serán los primeros en tener que abandonar sus rutinas y demagogias populistas para ocuparse de la gente. Pero la salida a la crisis no es exclusiva de unos pocos: el milagro que se impone nos corresponde a todos.
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