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Cuando dentro de cada partido afloran nepotismos, luchas internas por el poder, se espían unos a otros, entran en connivencia con la oligarquía económica mediante las puertas giratorias y toman el poder de las instituciones, estamos ante hechos sumamente graves. Si queremos que la democracia ... no se pudra y no se instale una oligarquía que maneja, a modo de mafia, todos los resortes del poder, hay que hacer algo.
Viene a cuento lo anterior por dos asuntos. El primero es el escándalo que ha estallado en las filas del PP entre Ayuso y Casado, el segundo por la erosión que está sufriendo el estado de derecho y las instituciones que fundamentan la democracia parlamentaria y la división de poderes. El reparto de cargos que hicieron para renovar el Tribunal Constitucional el PSOE y el PP, que nombran a dedo a sus afines –me imagino que ocurrirá lo mismo con la renovación del Consejo General del Poder Judicial– debe ponernos en alerta ante la megalomanía de poder de los partidos. Si se desmantelan los mecanismos de controles de unos poderes sobre otros, no se respeta su independencia y se inmiscuyen hasta en la neutralidad de los funcionarios de la Administración, que no se deben a ningún gobernante de turno, entonces el estado de derecho se va al garete.
No hay soluciones fáciles a la corrupción en la democracia, pero nosotros los ciudadanos formamos parte del problema cuando hemos dejado nuestro deber insoslayable de participar en política. Me dirán que la mayoría no tenemos tiempo ni, tal vez, ganas, porque ese mundillo desprende un fuerte olor a podredumbre, pero tal y como está ocurriendo no podemos dejar que lo que debería ser el noble oficio de la política se profesionalice, porque entonces los partidos se convierten en un mercadeo de capital político. Si queremos conservar la democracia debemos ir pensando en diseñar otro tipo de sociedad, en la que no se piense la política como un espacio privado de los profesionales de la misma y de expertos y tecnócratas, ni reducirla al voto ocasional cuando se convocan elecciones.
Atenas, la cuna de la democracia, emprendió en la antigüedad una serie de reformas institucionales encaminadas a que el control político no estuviese en manos de una élite de plutócratas. Establecieron pagar a los que formaban parte de la asamblea, para evitar que solo se pudieran dedicar a la política los aristócratas, que tenían el sustento resuelto. Por supuesto que la democracia ateniense era muy distinta y en muchos aspectos contraria a la nuestra, pero, salvando distancias, se hizo lo posible para que la democracia griega fuese antioligárquica. Por eso, es necesario volver nuestra vista hacia atrás, como decía Canetti, revivirlo todo para corregirlo todo, revivirlo todo para dilucidarlo. Los ciudadanos debemos implicarnos si queremos que nuestro estado de derecho siga siendo un estado social de derecho, que consiste en hacer público lo que era privado. Es una regresión social si consentimos que los partidos tengan todo el poder y privaticen lo público. Defendamos las instituciones de las garras de los partidos. El poder judicial tiene que ser independiente, la prensa debe investigar y sacar a la luz las infracciones políticas, porque son la defensa legítima contra la corrupción, los latrocinios económicos y el mangoneo de los poderes fácticos. El malestar de la partitocracia consiste en aceptar lo que hay como algo natural. No es verdad que seamos un pueblo incorrupto y el problema estriba en que tenemos políticos nefastos, sino que debemos impulsar una transformación hacia la crítica política y la participación activa. Por eso, hay que recuperar esa idea de que la democracia no puede ser un régimen de masas aborregadas que votan de vez en cuando, sino un régimen de promoción de la buena vida en el espacio público; nuestra sociedad no puede ser solo un efecto del poder de la dominación de los partidos, sino una praxis de contrapoder.
Cuando la democracia degenera en partitocracia, no nos debemos callar. Si lo hacemos, nos sucederá como ilustraba aquella viñeta de El Roto, en la que un político se dirige a una masa miedosa y les dice: «¡Os bajaremos los sueldos, os quitaremos derechos, nos llevaremos la pasta, y además nos votaréis!».
Nunca habrá democracia sin ciudadanos que se impliquen.
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