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Una vez le oí decir a alguien que no había nada peor que una necrológica en la que el autor hablara más de sí mismo que del finado. Así que vaya por delante: esto no es una necrológica, sino una emocionada despedida a quien ha ... sido la persona más determinante en mi vida profesional, así como un sentido pésame a la esposa de Canal, María Teresa, y a sus hijos Hugo, Iván y Bruno.
Siempre he mantenido que al trabajo no se va a hacer amigos, que es un ámbito más bien propicio para el roce y las desavenencias. Así que si uno es capaz de hacer un amigo de verdad en ese entorno tan desfavorable, ya puede intentar conservarlo. Y la dificultad es doble, o triple, si ese amigo es nada menos que un superior en la escala de mando.
José Antonio Rodríguez Canal fue quien me recibió en la redacción de EL COMERCIO en 1987 cuando me disponía a iniciar mi primer verano de prácticas en el periódico. La relación profesional de varias décadas tuvo sus conflictos: Canal era un jefe a la antigua usanza, muy exigente. Y colérico si consideraba que la ocasión lo merecía. A cambio, era sencillo aprender de él y él siempre estaba dispuesto a poner sobre la mesa sus casi enciclopédicos conocimientos periodísticos: desde la vida política y económica de Gijón y Asturias, hasta la geografía de la región y de toda España -un auténtico experto en rutas de carretera a pesar de no haber sacado nunca el carné de conducir-, pasando por el fútbol o los toros. Y, en lo personal, en fin, la relación también podía ser fácil: al contrario que otros muchos mandos, consideraba que la lealtad entre jefe y subordinado no era una suerte de pleitesía permanente del inferior al superior, sino un toma y daca donde las dos partes tenían que dar tanto como recibían. Y Canal daba mucho, muchísimo.
Con los años, las muchas horas de esfuerzo y a menudo sinsabores de la redacción -¡Ay! los errores, que quedan recogidos para siempre en las hemerotecas para atormentarnos de por vida-, dieron paso a bastantes horas de tertulia poslaboral con un 'agua de fuego' en la mano. Al fin y al cabo, en los bares también se puede aprender mucho de los ilustres veteranos de esta profesión. Incluso a veces la noticia nos sorprendía en ese escenario, como aquella vez que nos fuimos de madrugada a la casa del armador de un pesquero hundido pocas horas antes. Recuerdos y más recuerdos...
Con su jubilación, en 2006, la relación no fue a menos: vecinos de barrio, nos veíamos con frecuencia. La conversación siempre acababa girando en torno al periódico, que consideraba como algo suyo y que para él siempre fue una prioridad.
El aplomo y la entereza con la que llevó su vida, con la que se desvivió por su familia, por sus amigos, también fueron una constante en su larga enfermedad y prácticamente hasta el final pudimos disfrutar de sus conocimientos y su buen juicio. Sin él ya nada será lo mismo.
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