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Amartya Sen recibe hoy el premio Princesa de Asturias. Que sin duda lucirá, al lado del Nobel, en su particular capillita de exvotos; es decir, la que reúne las ofrendas que la comunidad le ha hecho por los favores recibidos. Que hacen que sea justo ... merecedor del premio. Por sí mismo. Y por representante de una categoría universal, la de los 'profesores de la energía', de la que hablaban Aniceto Sela y Rafael Altamira en la Universidad de Oviedo a comienzos del XX. Son del mismo linaje. Curiosos y tenaces. Su práctica académica los fue haciendo sabios. Desde ella envían mensajes útiles a sus coetáneos, pues sirven para comprender cómo funciona el mundo. Sen crea teorías eficaces para la gramática de la vida cotidiana, que diría Habermas. Con ellas hace cajas de herramientas, que orientan la acción de los participantes en la sociedad y generan convivencia.
Para quienes trabajan en desarrollo territorial, su enfoque de las capacidades es una de esas cajas, en la que colocan las herramientas para su intervención facultativa. Pero, además, da un estilo de manejo al operario, que no aspira a ser una vanguardia sino a acompañar al grupo y compartir su destino. Lema del CeCodet de la Universidad de Oviedo, para el que la obra de Sen es inspiradora y útil para concretar la tercera función de la universidad: la cooperación al desarrollo. Asunto cargado de adherencias. La nuestra es el enfoque, territorial, y la escala, local. En ella la acción del individuo es importante. Por eso la educación es crítica, y la practicamos siguiendo otro lema: conocimiento y aventura. Entendida así la tarea académica, es inevitable el contacto con alguna de las cajas que fabrica Sen. Y entonces se producen chispazos estimulantes.
En mi caso, el primero fue a través de un profesor de Geografía de la Universidad de Pau, Gilbert Dalla Rosa, quien dirigía el instituto profesional de desarrollo local para los Pirineos atlánticos, y que como Sen también hablaba del juego de la identidad, comparándolo con el de las siete y media. 'Juego vil' que decía don Mendo, «en el que o te pasas o no llegas, y el no llegar da dolor», en forma de anomia social que amenaza a los territorios. «Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!», pues los revienta, y Sen cita ejemplos: Bosnia, Ruanda, Timor…. Que también encontramos en la escala local; cerca, en el casco viejo de San Sebastián, donde en la calle de los pinchos, Fermín Calvetón, hace unos años todos los negocios hosteleros se anunciaban con formalísima letra gótica blanca sobre lúgubre fondo negro. ¿Todos? ¡Todos No! Había uno, Las Palmeras, distinto. Lo anunciaban dos, de tronco amarillo y pelambrera verde, que oscilaban hasta casi abrazarse. No duró mucho. Era una ofensa. Demostró el aserto amartyano de que «si se estimula debidamente, la promoción de un sentido de identidad en un grupo de personas puede convertirse en una poderosa arma para tratar brutalmente a otro grupo». Para ello hay una selección interesada de una característica personal, supuestamente predominante en el territorio, con la que se ahogan otras de las muchas filiaciones de los individuos, hasta enajenarlos y hacerles perder toda compasión. Así, despreciando la individualidad y reduciendo sus múltiples facetas a una, la sociedad se autolesiona y mengua.
Otro chispazo revelador lo provocó el contacto con Robert Villeneuve, quien prestaba su talante de bien hacer a un grupo de universidades, ciudades y empresas de varios países, para hacer proyectos de desarrollo local, con las herramientas de la caja fabricada por Sen. Con ellos humildemente concretaba la política de la Unión de refuerzo del Modelo Social Europeo, mediante la integración en el territorio de la economía del conocimiento, el empleo y la inclusión social. Eurexcter utilizaba la teoría de las capacidades de Sen, inicialmente enfocada a las personas, para aplicarla a las localidades con la misma finalidad: protegerlas del riesgo previsible, mediante el enfrentamiento consciente a los retos de su desarrollo, utilizando los principios que Sen invoca: libertad, autonomía, justicia.
Libertad que crea riqueza; autonomía para elegir racionalmente entre lo que puedes y quieres, y justicia para tener un sistema de derechos que garantice funcionalmente la elección, pues como muestra la película 'El ladrón de bicicletas', la libertad de elegir es un don tan grande, que puede envilecernos. Pero no se debe renunciar a ella, sino integrar esta capacidad con la compasión y con las posibilidades de crear en las localidades oportunidades personales, al servicio de las cuales deberían actuar las políticas públicas. Algunas de las que hoy se utilizan en el mundo consiguen hacer dudar de la primera premisa de Sen, pues aprovechando la técnica y restringiendo la libertad aspiran a controlar un mundo próspero y feliz. Vana ilusión, pienso que pensará el maestro Sen.
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