![Madoff y las pensiones](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202104/24/media/cortadas/Imagen%20TRIBUNA%20Pensiones-k0pB-U140158495288lQB-1248x1170@El%20Comercio.jpg)
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El fallecimiento reciente de Bernard Madoff, famoso por la estafa piramidal que llevó a cabo durante décadas, nos recuerda que 'el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra'. Y yo añadiría, que muchas más de dos. Según Robert Shiller, ... Premio Nobel de Economía del año 2012, el ser humano se comporta con una dudosa racionalidad económica, oscilando dentro de un péndulo cuyos extremos son la codicia y el 'tancredismo', o el no querer ver.
El extremo de la codicia estaría reflejado en aquella famosa fábula de Samaniego que decía 'a un panal de rica miel, dos mil moscas acudieron y por golosas murieron presas de patas en él', y el caso de Madoff y el de Ponzi, el famoso banquero italiano, son un vivo ejemplo. No cabe en una cabeza normal que alguien se crea que en una inversión bursátil, de renta variable por definición, se le pueda garantizar una rentabilidad anual del 10%, a no ser que la codicia ciegue y se quiera creer tal cosa. La idea de Madoff era muy sencilla, y consistía en pagar a los clientes primeros con las aportaciones que iban haciendo los siguientes avaros ingenuos que alimentaban la estafa piramidal. La idea de fondo es que Madoff, Ponzi y todos los que llevaron a cabo estafas piramidales, prometen cosas imposibles de cumplir, pero que la gente se las cree porque le interesa creerlas. El otro extremo de la irracionalidad humana es el del tancredismo, en honor al antiguo torero Tancredo López, el cual ideó un modo suicida de ganarse la vida, que consistía en recibir al toro en el centro de la plaza sin moverse y sin mirar al toro, con la esperanza de que el toro pasase de largo. Ya dice el saber popular que 'no hay peor ciego que el que no quiere ver'.
El sistema de pensiones español tiene en común con Madoff y Ponzi que es un sistema piramidal, ya que el dinero que aportamos los cotizantes no está en ningún sitio depositado ni está guardado para cuando nos jubilemos. Se trata de un sistema de reparto, no de acumulación. Ese dinero que estamos aportando se destina a pagar las pensiones de los que ya están jubilados. Pero hay una diferencia importante, y es que mientras que en el caso de Madoff y Ponzi los estafados tomaron libremente su decisión de creer en unas promesas completamente inviables a largo plazo, ningún cotizante español puede decidir el destino de sus cotizaciones.
Y respecto al tancredismo, el sistema de pensiones español tiene en común que nos negamos a ver la realidad. La luz que se ve no es la del final del túnel sino la de la locomotora que nos arrollará. Hay una trilogía de datos demoledores. Es la siguiente:
1. España tiene bastantes más personas viviendo del presupuesto público (pensionistas, parados y empleados públicos) que trabajando en el sector privado.
2. La pirámide poblacional española está muy envejecida, con lo cual dentro de pocos años el número de cotizantes será menor que el de pensionistas y es necesaria una proporción de 4x1.
3. La cotización que cada persona realiza para su jubilación es en torno a un 25% de su salario. Dado que 100/25=4, se concluye que para tener una pensión semejante al salario que percibía cuando trabajaba, una persona tendría que haber cotizado el cuádruplo de años respecto a los años que, por término medio, vivirá una vez que se jubila. Si la esperanza media de vida muestra que una vez jubilados los hombres vivimos 15 años y las mujeres 21, tendríamos que haber cotizado 15x4=60 años los varones y 21x4=84 años las mujeres.
El objetivo es mantener los pilares del Estado del Bienestar, que son la sanidad, la educación y las pensiones. Y para ello hay que reducir drásticamente el tamaño descomunal de la administración pública, para liberar recursos y destinarlos al pago de las pensiones, porque el sistema por sí mismo va a ser insostenible a corto plazo. Y para conseguir más ingresos la solución no es aumentar la presión fiscal, sino conseguir el pleno empleo, para lo cual hace falta un sistema educativo que forme con calidad a los jóvenes y una legislación laboral que no penalice a quien contrata.
Cuando era niño era habitual ver el juego de los trileros, en el que la distracción visual y los compinches acababan confundiendo al jugador, hasta el punto de que no sabía debajo de qué vaso estaba la bola y perdía su dinero. Recuerdo que los espectadores olíamos una atmósfera tensa y de engaño y ahora ese olor empieza a ser intenso.
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