Efectivamente, el lunes 18 fue un día triste. No porque lo proclamara una compañía inglesa de viajes, dentro de su campaña publicitaria para vender más. Sino porque falleció Armando Valdés Ordieres en la residencia de Pola de Laviana, donde consumía los últimos años de una ... larga e intensa vida, más triste desde que murió su esposa, Maria Luisa Vega González, inseparable compañera de viaje por la vida desde los tiempos de su internado en Odesa. Armando era un hombre bueno, entrañable, aparentemente frágil, pero era evidente que le mantenía una fuerza forjada con paz interior y con duras experiencias bien digeridas.
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Algunas le habían llevado desde Salinas a Rusia en 1937. Armando fue un niño de la guerra española. Uno de los miles de víctimas inocentes esparcidos por la Península y que pagaron con su infancia el precio de una guerra fratricida que les alejó de su patria, a la que amaron como madre, aunque para ellos fuera madrastra. Crecieron en la lejanía y nunca la olvidaron. No fueron pocos. Se calcula que en dos años salieron 34.000, de edades comprendidas entre los cinco y los 15 años.
Fue un estrago más de la guerra, en el que Armando se vio envuelto sin conocimiento ni consentimiento de su familia. Con doce años recién cumplidos su madre le había apuntado a las Colonias Escolares que la Universidad de Oviedo había creado 42 años antes en Salinas, y a las que acudían niños y niñas de Asturias y León para pasar tres semanas, formándose de otra manera al lado de la mar. El estallido de la guerra hizo que la campaña de colonias del 36 fuera extraordinaria, pues los niños del Oviedo cercado no pudieron regresar a sus casas, y por ello debieron prolongar su estancia en Salinas durante algo más de un año, acompañados desde comienzos del verano del 37 por los niños que el reflujo de destrucción dispersaba por el país y encontraban amparo en la colonia, que para todos constituyó un oasis de tranquilidad en medio del tsunami de la guerra. A ello contribuyeron los vecinos de Salinas y muy especialmente sus cuidadores, los ejemplares maestros que hicieron de padres y los acompañaron después en su largo viaje hasta Rusia, que comenzó en una noche triste de septiembre en el puerto de Gijón y acabó, para Armando, 20 años después.
Durante todos esos años la añoranza de la patria perdida lo acompañó. En su recuerdo impúber tenía la forma de la colonia en Salinas, refugio de hermandad al que, como los demás, siempre quiso volver.
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'Blue Monday' para conmover con artificios a una sociedad de virtualidades, pero que no debe olvidar que la realidad presencial apabulla aquí o allá y que la tristeza tiene la forma negra de 'una masa de sombra', como la que fue proyectada la noche del 23 de septiembre sobre el puerto de Gijón, «al que la gente afluía sin cesar y la riada humana se hacía allí más densa, más fácil presa del nerviosismo, moviéndose desorientada de un lado a otro».
Testigo y actor fue Armando Valdés y por alguna razón eso no le hizo temeroso, ni rencoroso, sino afable, cariñoso y responsable. Quizás si se hubiera quedado aquí su destino laboral podría haber estado en Fábrica de Mieres, donde, antes que lo dijeran los avispados ingleses valiéndose de presuntos científicos, se oía eso de 'que quien no teme al lunes no teme a Dios'. No era una campaña publicitaria sino un aviso a navegantes.
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