Muchos días, a última hora de la tarde, escucho las risas de las trabajadoras de un supermercado próximo que, tras su jornada laboral, se despiden unas de otras deseándose buenas noches y los mejores sueños hasta el día siguiente, que se volverán a encontrar en ... el momento de incorporarse a su puesto de trabajo.

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En su horario laboral habrán tenido que aguantar comportamientos inapropiados por parte de personas que acuden a hacer la compra que, con razón o sin ella, les harán ver que quien paga manda y que la clientela siempre tiene razón. Y entonces apretarán los labios sin decir nada y cuando miren el reloj pensando que llegó la hora de volver a casa, comprobarán que todavía queda algún trabajo por hacer que, según les dicen, sólo les llevará unos minutos, pero que al final del mes sumará unas horas extras que no les serán reconocidas en la nómina.

Reducciones de plantillas, jornadas largas y salarios escasos son la realidad del personal, mayoritariamente mujeres, que trabaja hoy en cualquier supermercado en España, esos nuevos templos a cuyas puertas se colocan las personas indigentes que antes ocupaban los atrios de las iglesias.

Pese a esa situación laboral, pese a sus problemas cotidianos, la risa de estas mujeres, como el canto de los pájaros, ayuda a quienes la escuchan a soñar con un mundo sin tanta crispación, sin tanta podredumbre, sencillamente un mundo más humano.

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Escribió el premio nobel chileno Pablo Neruda un poema de enorme belleza titulado 'Tu risa' y yo quiero acabar con estas letras, modificando los últimos versos del mismo, dedicándoos a vosotras, trabajadoras del supermercado, lo que en su día le escribió el poeta a su mujer amada: «Negarme el pan, el aire/ la luz, la primavera/ pero vuestra risa nunca/ porque me moriría».

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