A primera hora de este pasado martes, medios de comunicación de todo el mundo dieron a conocer una noticia, cuanto menos, sorprendente.

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El primer ministro de Portugal, el socialista Antonio Costa, presentó su dimisión tras ser investigado por prácticas corruptas en actividades relacionadas con la ... explotación de hidrógeno y de litio.

Aunque los delitos de tráfico de influencias, prevaricación y corrupción están por demostrar, la carrera política de quien durante ocho años fue el máximo mandatario del país vecino, según sus propias palabras, ha tocado a su fin.

Me recuerda este hecho a Bettino Craxi quien, como en el caso de Costa, fuera primer ministro italiano y que acabó huyendo a Túnez donde acabaría muriendo en el deshonor, pero convirtiéndose, eso sí, en uno de los cadáveres más ricos del cementerio de Hammamet donde está enterrado

En cualquier caso y relacionado con Antonio Costa, y antes con Bettino Craxi, hay un par de cuestiones que no dejan de llamarme la atención.

La primera es ¿por qué personas que ocupan importantes cargos, lo que les permite llevar una vida económicamente segura y prepararse, a la vez, un futuro halagüeño, llegan a considerar que el patrimonio obtenido nunca es suficiente?

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La segunda es ¿por qué en países de nuestro entorno dirigentes políticos al más alto nivel (a estos dos habría que sumar al francés Sarkozy ya sancionado y todavía pendiente de nuevos juicios) acaban siendo investigados, juzgados y condenados y en España no ocurre de igual manera?

La verdad es que no tengo respuestas pero en el viejo aparato de música escucho a Dave Frishberg que canta «estoy impresionado/ con mi abogado Bernie/ estoy impresionado/ con sus amigos influyentes/ tiene conexiones muy grandes/ y sigo sus instrucciones». ¿Será esa la clave?

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