Releo un viejo ejemplar de una obra que me viene acompañando desde hace muchos años. Se titula 'El gran bazar' y fue escrita por un ciudadano germano francés que se dio a conocer en mayo de 1968, jugando un papel destacado en los acontecimientos que ... en aquella época se produjeron en París y en otros lugares del mundo.

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De todas maneras, lo que quiero traer hoy aquí es la teoría defendida por Daniel Cohn Bendit, ese es el nombre de la persona citada, quien advirtió ya por entonces de que el gran enemigo de la democracia era la publicidad, por lo que cualquier persona con un mínimo de sentido común debía de atacarla.

Más de cincuenta años después de que Dani 'el rojo' hiciese aquella aseveración, el tiempo parece haberle dado la razón. Se ha ido imponiendo en todos los ámbitos de la vida cotidiana la publicidad definida como una «estrategia de comunicación que tiene como objetivo promover o vender productos, servicios, ideas o causas a través de diversos medios», a la vez que se afirma que «la publicidad más destacada y efectiva es aquella que logra que la reacción del consumidor sea emocional».

A día de hoy, el programa político que debería presentarse en cualquier intervención de quienes dirigen un partido (pero igualmente un proyecto cultural, deportivo o de otro tipo), ha pasado a ser subsidiario de la publicidad, también del bulo y de la toxicidad. Y, sobre todo, de la desinformación con la que se envuelve el discurso. El contenido del mismo es lo de menos, ya que prima la frase que acaba llegando a quienes la escuchan aunque poco o nada tenga que ver con el mensaje que se pretende transmitir.

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Es posible que esta de la publicidad, e insisto, la de la desinformación, sea otra batalla perdida más, pero, pese a todo, no debemos de dejar de darla.

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