La semana pasada, el Ministerio de Trabajo dio a conocer un informe en el que indica que hasta el mes de octubre de este mismo año los accidentes laborales ocurridos en España vinieron acompañados de 664 fallecimientos, lo que significó un aumento de un 10, ... 3% respecto al mismo período del año 2023. 131 de esos accidentes mortales fueron catalogados como 'in itinere', es decir, tuvieron lugar en el camino hacia el trabajo o al volver del mismo.

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Siempre que pienso en accidentes laborales me vienen a la cabeza los ocurridos en sectores industriales, construcción, astilleros, minería, talleres metalúrgicos… y sin embargo, según los datos del Ministerio de Trabajo, fue en el ámbito de los servicios donde mayor número de muertes se produjo, debido principalmente a infartos y derrames cerebrales. Recuerdo en un documental, dedicado a la mina de La Camocha, que al hablar de los accidentes ocurridos en el pozo, Valeriano Sánchez, uno de los protagonistas, explicaba que cuando iban los inspectores a levantar acta casi siempre anotaban que eran accidentes fortuitos, o negligencias por parte de los trabajadores, y nunca hablaban de los destajos o de la poca preocupación por la seguridad de los mineros. No son esas las circunstancias que se suelen dar en el sector servicios. Ahí, en las oficinas y en los despachos, el accidente llega de una manera más silenciosa, pero con no menor dramatismo, y me viene ahora a la cabeza la muerte de la empleada de un centro de telefonía el pasado mes de junio en Madrid, cuyo cadáver permaneció tres horas tapado con una manta mientras el resto del personal continuaba su trabajo. No son solo accidentes laborales: hay algo más y no conviene olvidarlo, porque no es justo que trabajando para vivir lo que se encuentre sea la muerte.

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