El Crespo, fiesta cantábrica

Cacereño de nacimiento y leonés de crecimiento, se ocupó de la cocina cuando estudiaba en un colegio religioso para pagarse los estudios y ganar unos dinerillos. «Una casualidad», dice. No tanta.

Sin hosteleros dentro del entorno familiar, las habilidades culinarias de su madre, Josefa, dejaron una huella en la gustosa vertiente casera que permanece tras las complejidades y refinamientos adquiridos de oficio. «Pasé por establecimientos madrileños. Y por el Salón Rojo del ovetense Hotel España. Y por las desaparecidas Galerías Preciados, cuyo novedoso bufé inauguré. Y por Samoa o por Del Arco. Luego impartí clases en varios institutos. Finalmente, en el noventa y cuatro, logré inaugurar el restaurante propio que llevaba tiempo pensando y deseando».

Y nace el Restaurante V. Crespo, rincón donde lucha, crea, recrea, madura, dura, brilla y multiplica amigos. Y donde le prolonga con igual labor y acierto Marcos Crespo, su hijo, que le permitió antes del retiro emprender –Doble Q, 985, Bomarzo– otras aventuras suyas.

Ahí sigue el Restaurante V. Crespo, «el Crespo» para los amigos, en su trigésimo aniversario, siempre con la puerta cerrada, tal vez causando cierta timidez de entrada al asistente primerizo. Pero ahí sigue también encabezando las elecciones y apreciaciones de la villa gijonesa, que una vez dentro todo es para el comensal bienvenida, perfección, satisfacción y fiesta cantábrica.