Ninguna duda podía caber de que el Rey abordase la tragedia de Ucrania en su discurso en el acto de entrega de los Premios Princesa de Asturias. Lo que el monarca ha hecho costumbre le demanda incluir en su intervención un mensaje relevante más allá ... de la imprescindible felicitación a los galardonados. Y este año, que Felipe VI hablara de la guerra, por más festiva que fuera la ceremonia, era tan previsible como necesario. La Casa Real quiso ir un poco más allá de lo imprescindible, que hubiera sido limitar la referencia a una expresión de afecto con las víctimas, que la hubo, porque resulta obligada y justa. Pero las palabras del Rey llegaron también para realizar una reivindicación de la construcción europea. Los Premios Princesa han participado en la construcción de una Europa cuyos valores reivindica su palmarés. Hasta las propias denominaciones de los galardones parecen inspiradas en los valores que alentaron un proyecto político de convivencia democrática y pacífica como alternativa a un pasado de enfrentamientos e intolerancia.

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No ha cambiado la propuesta europeísta que el Rey ha expresado en numerosas ocasiones desde el atril del Teatro Campoamor, pero sí el valor de sus palabras. Porque tal vez Europa nunca ha estado tan cuestionada ni ha mostrado con tanta evidencia la encrucijada en la que se encuentra en un mundo de equilibrios y potencias cambiantes. Vive la Unión Europea entre la necesidad de fortalecerse y la efervescencia de movimientos políticos nacionalistas que cuestionan su viabilidad. A medio camino entre la reivindicación de sus principios y las urgencias de mantenerse como un actor relevante en la política internacional. La Europa que nació como alternativa a la guerra se enfrenta a la necesidad de rearmarse, la unión que floreció en una economía solidaria se resquebraja por las distintas urgencias de los estados miembros y el modelo que nació para situar en primer plano a los ciudadanos aún aparece ante ellos como una gran maraña burocrática de liderazgos difusos.

En este contexto, defendió el Rey desde Asturias la vigencia de la Declaración de Shuman, para reivindicar un proyecto político que en su opinión «merece toda nuestra lealtad y todo nuestro compromiso en uno de los momentos más cruciales de su historia». «Europa significa mucho más que la creencia en un ideal; significa la lucha por unas convicciones y unos principios para forjar juntos un futuro de paz, justicia, libertad y esperanza». Esta afirmación, que tiene tanto de implicación como de advertencia, no debería quedar en un plano institucional camino del olvido. Europa se ha convertido, ante todo, en un desafío ante el que ya no valen las palabras huecas y los actos vacuos. Ni podemos sentirnos tan lejos de ella, ni nuestros políticos presentárnosla ahora como un banco y luego como una excusa. Si Europa no significa para sus ciudadanos algo que estén dispuestos a defender, difícilmente tendrá sentido.

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