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Un equipo de científicos de la Universidad de Oviedo ha descifrado el genoma de la medusa. Esta investigación amplía el conocimiento sobre los mecanismos del envejecimiento. Un estudio de 2018, elaborado antes de la pandemia, del Institute for Health Metrics and Evaluation de Washington, afirmaba ... que España era el cuarto país más longevo del mundo, con una esperanza de vida de 83 años. Con una longevidad mayor se encontraban Japón, Suiza y Singapur. Pronosticaba dicho estudio que en el 2040, aproximadamente, nuestro país pasaría a ser el más longevo del mundo.
Con estos mimbres podemos preguntarnos si existe un límite natural a la vida humana. Los transhumanistas de medio pelo se atreven a hablar de la inmortalidad. El sueño del transhumanismo es el de un ser humano en simbiosis con la máquina. Ya no es pensar en la máquina acoplada al humano, sino en el humano acoplado a la Red y atiborrado de implantes tecnológicos, en el que el cuerpo mortal será reemplazado por órganos inmunes a la enfermedad. Otra idea transhumanista, más descabellada todavía, es poder separar del cuerpo el contenido de la conciencia y descargarlo en algún software; de tal manera que los recuerdos y pensamientos se pudiesen desligar de lo orgánico. Viviríamos así otras vidas, al margen de nuestro cuerpo mortal, en las entrañas de una computadora. La realidad aumentada ya es un hecho, aunque todavía no hemos logrado tener recuerdos de hechos no vividos; bueno, mejor dicho sí, porque nuestra memoria es imaginativa y lo recordado no es fidedignamente lo que realmente ocurrió. Pero si se realizase, esa idea nos permitiría viajar en el tiempo, sumergirnos en otras vidas y ser una especie de yo múltiple, rizomático. El pensamiento transhumanista me parece una perspectiva perturbadora y macabra. Desde mi punto de vista pertenece a la fantaciencia, porque los obsesos con la inmortalidad acaban extirpando los detalles de lo que es realmente la vida humana: un ser para la muerte. Decía Argullol que «al adentrarnos en el laberinto del porvenir ya sabemos que habrá un Minotauro aguardando. Pero eso no justifica el miedo al futuro, sino la necesidad de haber conseguido previamente la complicidad de una Ariadna».
Lo cierto es que vivimos bastantes más años que nuestros antepasados. Los avances médicos han ampliado nuestra longevidad a base de pastillas de colores, vacunas, operaciones quirúrgicas, etcétera. La investigación actual, en la línea del equipo que acaba de descifrar el genoma de la medusa, se orienta a las terapias genéticas en la búsqueda de una cura contra el cáncer y poder determinar los mecanismos celulares en el proceso del envejecimiento humano. Pero vivamos más o menos, el cuerpo se va agotando y deja de funcionar. Por eso la muerte y el envejecimiento siempre nos han fascinado. La muerte de los grandes organismos es imprescindible, porque si la capacidad de reproducción fuese ilimitada no habría recursos para todos y, pasado el periodo de reproducción de una especie, disminuye la presión ejercida por la selección natural para mantener la salud del organismo. El envejecimiento sería un subproducto de esta falta de presión de selección. La teoría evolutiva vigente considera que la longevidad es más probable en las criaturas menos vulnerables a los predadores.
Estoy de acuerdo con Borges, que en su estupendo libro 'El Aleph' decía: «Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal (...) La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres». A lo que yo añadiría que menudo aburrimiento supondría no poder dejar de ser. Es más importante 'poner vida a los años que años a la vida'. Tal vez la única inmortalidad posible será la de nuestro perfil de Facebook, que sobrevivirá a nuestra muerte. Cada vez que una vida única e irrepetible se termina, continuará nuestra vida digital, durante un periodo de tiempo indefinido y acabaremos siendo como las medusas, inmortales, por medio de los datos que subimos a las redes.
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