«Llevo en mi todos los sueños», escribía Pessoa, lo que con afán práctico, de resolutivo y visionario genio inglés, Churchill transportó al futuro «donde los imperios serán los de la mente».

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Ambos hombres se parecen. No en lo físico. No en sus profesiones. Tengo ... para mí que en algo más profundo, un hálito de conocimiento y aventura, respirado en su juventud. En un caso soñado y, en otro, vivido, pero los dos con la misma intensidad creativa y fantástico resultado literario, que a uno le llevó al Nobel y al otro a ser el poeta más representativo del siglo XX, a juicio del crítico estadounidense Harold Blum.

Ambos son de la misma quinta, tienen una peculiar educación en lengua inglesa, y admiran a los clásicos: «Estudiad Historia. En la historia se encuentran todos los secretos del arte de gobernar» , dice el utilitarista Churchill. De las lecturas de los clásicos les queda a ambos un cierto estilo mítico, heroico, casi epico en su forma de escribir, y el gusto por conocer otras geografías.

Ambos tienen una infancia no especialmente infeliz, aunque errante por desgracias familiares, en la que buscan el cariño de la madre y encuentran la ausencia de padre. Son solitarios entre la gente, y desarrollan su sensibilidad natural hasta aguzar el ingenio; se educan de manera poco convencional y su itinerario no lo culminan en la universidad. «Comencé mi educación a una edad muy temprana, de hecho justo después de que dejé la universidad», dice Churchill, mientras que Pessoa logra un grado intermedio en Durban y abandona en Lisboa el superior de Letras. Algo parecido a lo que había hecho Churchill, quien pasó por los mejores colegios ingleses antes de ser expulsado de cada uno, para acabar titulándose brillantemente en el Real Colegio Militar de Sandhurst.

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Con este bagaje estructural común, ambos se enfrentan al ciclo de la madurez de manera diferente. Toman senderos que se bifurcan. Pessoa debe «escoger lo que detesto: o el sueño, que mi inteligencia odia, o la acción, que a mi sensibilidad repugna». Elige, quiere creer, lo primero, y son tantos los sueños que lleva dentro que no le basta un personaje para contarlos, sino que crea setenta y dos. Y los ajusta con precisión; la que según él es necesaria para crear. Lo dice quien escribe que «haber estado en un naufragio o en una batalla es algo bello y glorioso; lo peor es que hubo que estar allí para estar allí». Por eso él es corresponsal extranjero de firmas comerciales en Lisboa, mientras que el otro es corresponsal extranjero de guerra en las de Cuba, Sudán y de los boers . Churchill sí estuvo allí. Así inició una larga carrera para la que se predestinó, siempre en puestos de la mayor acción y peligro. Así gastó su vida en la acción, exigiéndole, a su peculiar manera, la precisión que Pessoa, coherente con sus sueños, la dispensaba de tener. Churchill hacía las noticias. Prefería ser actor antes que crítico. Y fue las dos cosas, pero sucesivamente. Otros líderes, como Azaña, las mezclaron simultáneamente, aislándose en la ensoñación y las palabras de la angustiosa realidad que presidían. Sus paseos juveniles por el jardín de los frailes del Real Colegio del Escorial parece que determinaron la dosis de valor con que se enfrentó al miedo.

Pero volviendo a los dos hombres atlánticos, vemos que compartían otras cosas, por ejemplo, la creencia en el valor de lo pequeño. Por eso Pessoa pedía: «Se todo en cada cosa, pon cuanto eres en lo mínimo que hagas». Era la misma fórmula que Churchill aconsejaba para modelar el carácter de los jóvenes, que más adelante quizás se manifestase cuando fueran requeridos por los grandes momentos de la vida, pues «el esfuerzo continuo –no la fuerza o la inteligencia– es la clave para desatar todo nuestro potencial». Ambos eran brillantes, ariscos y testarudos. Aficionados a los licores, aunque Pessoa los metabolizaba mucho peor. Amantes de la libertad. Combatientes, siempre y en todo lugar, de los tres asesinos: la Ignorancia, el Fanatismo y la Tiranía. Ambos son honrados por haber destilado, nunca mejor dicho, el alma de la civilización occidental: «Todo por la humanidad, nada contra la nación». Las suyas los sitúan en lo más alto de sus panteones de inmortales. Pero el homenaje no necesita mausoleos, sino una sencilla hornacina en Los Jerónimos para uno, y una escueta losa en la pradería del cementerio parroquial de Bladon para otro. Son país.

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