T anto ha esperado Asturias por el AVE que la previsión de que el próximo año el tren de alta velocidad cruce los túneles de Pajares despierta aún cierta incredulidad. Con la misma incredulidad que Santo Tomás, es probable que a los asturianos les cueste ... creer esta bienaventuranza hasta que no recuesten sus espaldas en el asiento. No sería de extrañar después de treinta años de debates, calendarios fallidos y excusas por parte de los muchos ministros que han tenido la oportunidad de pasar a la historia de Asturias en lugar de contarnos las historias más diversas para justificar su poco interés en gastar una millonada en una región que ni siquiera llegará al millón de habitantes cuando la alta velocidad ferroviaria cruce por fin bajo la cordillera. Asturias recibirá de las últimas lo que necesitaba tanto como las primeras. Eso, por desgracia, ya no tiene arreglo, pero sí lo que falta por hacer.
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En primer lugar, aprovechar la oportunidad, aunque sea tardía, de competir en mejores condiciones en el transporte de viajeros y mercancías por ferrocarril. Si damos por bueno el calendario fijado por el Ministerio de Transportes, buen momento sería ya de comenzar a plantearnos la forma de aprovechar esta mejora en las comunicaciones. Esta misma semana, la Cámara de Comercio de Oviedo anunció la elaboración de un estudio en colaboración con el Ayuntamiento de Lena para analizar el impacto que el AVE tendrá en el municipio en los próximos años. «En Asturias hay que hacer las cosas con un poco de previsión, siempre las dejamos para pasado mañana». Las palabras del presidente cameral, Carlos Paniceres, en la presentación de este informe fueron un aviso a navegantes, pero no sería bueno aplicarlas solo a la Administración. El impacto del AVE no solo debe notarse y aprovecharse en Lena, donde la lentitud de las obras les ha dado tiempo más que suficiente para hacerse ilusiones. La llegada de la alta velocidad no solo debe aliviar el suplicio y el coste para los asturianos del viaje a Madrid, que no es poco. Ni deberíamos limitarnos a esperar que de los trenes se bajen más turistas de los que ahora los utilizan, lo que resulta más que previsible en cuanto el tiempo del trayecto entre Gijón y Madrid sea de tres horas y media. No estaría de más pensar un poco más allá de lo obvio para aprovechar las oportunidades que puede ofrecer este cambio de siglo en las comunicaciones ferroviarias. Y de paso, empeñarse de veras en construir la futura estación de llegada a Gijón antes de que la provisional se haga eterna. Antes de llegar a ella, nuestros esperados y bienvenidos turistas pasarán por muchos apeaderos mejores.
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