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Uno de los aspectos más significativos en el crimen de Samuel es que fuese un grupo quien se lanzase a golpearle con un conocido grito-insulto, presente y tradicional en el imaginario colectivo. Hay cosas que se resisten a desaparecer, que la sociedad interioriza y ... pasan de una generación a otra, como si se tratase de una herencia identitaria.
Son cosas que se repiten en unas agresiones homófobas que han aumentado y también en otras como las que padecen indigentes, la denominada aporofobia. En una ciudad moderna, en un escenario de ocio nocturno, se produce un linchamiento al estilo del que relata la novela y película 'La jauría humana', solo que contra personas que no entran en un determinado concepto de normalidad. El linchamiento es un viejo mecanismo que ya se utilizaba para perseguir a las brujas y herejes, a todo aquel que no entraba en los cánones del orden social establecido, utilizando a una comunidad uniformizada que busca o construye un enemigo al que perseguir para reivindicarse a sí misma como defensora de esa supuesta 'normalidad'. Estos grupos son la degeneración violenta de ese concepto de comunidad. Y en un contexto donde ha aumentado la agresividad en las relaciones sociales, se mueven como pez en el agua. Es la generalización del «a por ellos».
El reconocimiento legal y social de la homosexualidad, que existan personas gays en prácticamente todas las élites, puede dar una idea equivocada de que la diversidad y la tolerancia forman parte de nuestro modus vivendi. Pero la cuestión es más compleja. Existen los discursos subterráneos, esa pulsión linchadora donde el grupo, la manada, se convierten en los justicieros de 'La jauría humana'. Porque la violencia es ante todo poder, un poder que aspira a controlar algo determinante: los espacios públicos. Ante la presencia de personas que expresan una afectividad diferente, la manada lincha para mantener un peculiar concepto del orden. Que esto se produzca en un escenario donde avanzan determinadas ideas y modelos sociales, no es casual. Nadie coge la bandera de la homofobia, la aporofobia o el machismo, se ataca y se intenta desprestigiar a los movimientos y corrientes que los combaten. Lo que ha ocurrido con la ley 'trans' y los derroteros de su debate, da buena idea de hasta dónde llegan determinados discursos. Detrás del famoso y ridículo autobús, resulta que había una larga caravana.
Señala la dirigente afroamericana Ángela Davis que la existencia de una burguesía negra, de unas élites que han ganado peso, ha supuesto en ocasiones el blanqueo de la desigualdad, marginación y represión que padecen los afroamericanos. La idea de que el colectivo LGTB ha ganado la batalla es poderosa, se llega a hablar de los lobbies gays como si fuesen un gran poder y eso provoca reacciones en contra, desde las verbales hasta las físicas. Es la reacción de los miembros más radicalizados de un imperio que se tambalea, el heteropatriarcado.
Nadie apoyará estos actos, menos aún justificar un crimentan salvaje como el de Samuel. Presentarse con la tarjeta de «condenamos la violencia venga de donde venga», es algo fácil y hace quedar bien, pero no deja de ser parte de lo protocolario o de 'lo políticamente correcto'. Dejan a la manada, al grupo, la ingrata tarea de limpiar las calles de 'maricas', 'trans', 'indigentes', o cualquier otra categoría que no se sitúe dentro de la normatividad. No se apoyarán las agresiones, pero se ha creado un clima de cultivo para que se produzcan.
La jauría existe, está ahí, no son monstruos, ni seres irracionales, forman parte de un modelo político y social con largo arraigo, porque detrás de la jauría, están determinados poderes.
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