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El pasado sábado nuestro presidente, Adrián Barbón, nos sorprendía en su red social favorita. Subía a la misma una foto del centro de Oviedo con el siguiente texto apocalíptico: «Los errores de diciembre se pagarán en enero». Evidentemente, estaba avisándonos de que había bastante gente ... en las calles. Por otra parte, algo que es innegable. Las tres grandes ciudades asturianas se vieron repletas en el primer fin de semana navideño. No podemos, insisto, decir lo contrario. Con la hostelería y los centros comerciales cerrados, bien es cierto, poco más se podía hacer que dar vueltas. Quizá alguna compra en los comercios de proximidad que estaban abiertos. Pregunto, ¿acaso iba alguien sin mascarilla? La respuesta es no. ¿Estaban al aire libre? Sí, claro, mayor ventilación imposible. ¿Era esto un riesgo significativo puesto que se incumplían las normas sanitarias de forma flagrante? A mí entender no. La inmensa mayoría respetaba las medidas que recomiendan o imponen nuestros gobernantes. ¿Cuál era entonces la alternativa a disfrutar de un simple paseo? Según parece, quedarnos en casa. Seguir manteniendo un confinamiento domiciliario que también produce efectos secundarios perversos. Dicen los especialistas en salud mental que el consumo de ansiolíticos y antidepresivos ha aumentado muchísimo, ¿creemos, quizá, que esta larga lucha contra el coronavirus y el miedo que genera no tiene nada que ver? ¿No estaremos alarmando de forma innecesaria?

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