Sabía de los callos, el cocido y la zarzuela, de chotis, corralas y organillo, del oso y el madroño, de Esperanzas, Aznares y avatares, pero nada de la libertad castiza hasta que allí, donde se cruzan los caminos, empieza el kilómetro cero y los perroflautas ... acampaban, sale ¡al fin! mayúsculo el Sol por la Puerta. Justo donde algunos pagaron su peaje por la vieja libertad a manos de tipos como el laureado 'Billy el Niño', la versión posmoderna de Manuela Malasaña recupera la guerra de la Independencia para recrear el heroico mayo castizo, anti perroflaútico, y exhibir su libertad cañí, de caña y coña.

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Creía que la libertad suponía pelear derechos para quien no tiene, exigir salario digno, integrar al extranjero, proteger al débil y pagar más quien más tiene... Ahora se deprecia y desprecia como burdo intervencionismo, frente a la exitosa circularidad de la libertad umbilical. Ayer las plazas gritaban libertad para todos, hoy lo hacen para cada uno, ayer soñaban el bien común, hoy les basta el derecho a tapas sin tope; de la libertad que pedía pan a la que ofrece circo, de la progresividad fiscal a la selva, del 'aquí cabemos todos, o no cabe ni Dios' a 'sálvese quien pueda'...

No extraña ni la originalidad de Ayuso ni la campaña de su Rodríguez particular, sorprende, en cambio, el nuevo giro de los satélites. Quien recogió el fruto maduro de una libertad sin ira, planta semillas de la irascible en su jardín privado; el hijo del emigrante sudoroso, del éxodo rural, vive y bebe en nueva fuente cultivando el nacionalismo madrileño (eso sí) en traje rojigualdo para disputar el trono al independentismo catalán, con un patriotismo que olvida el origen del capital de la capital mientras luce orgulloso su egoísmo indolente ante el provinciano abuelo que, pese a todo, aplaude a rabiar.

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