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Acaba de entregarse en Madrid el XIV Premio José María Cervelló de Derecho de los Negocios, organizado por el IE Law School y Ontier Abogados, y convocado hace un año para estudiar la libertad de expresión en el entorno de la sociedad global digital.
El ... mundo cosmopolita y cibernético de hogaño multiplica exponencialmente nuestras posibilidades de elección, pero amenaza, a la vez y paradójicamente, nuestra libertad para hacerlo. El acoso a la libertad, y en particular a la libertad de expresión, vuelve a ser así el asunto central de nuestra generación.
Decía Filóstrato que los dioses conocen el futuro, los hombres el presente y los sabios lo que se avecina. Por eso es bueno atisbar, desde la humildad terrenal, lo que se avecina y cómo debemos proteger la libertad; con la innovación, la investigación rigurosa, el compromiso social y la capacidad de evolución y de adaptación a las circunstancias.
El consenso intelectual, social y empresarial es hoy que la innovación constituye, como siempre, la mejor salida, cuando no la única, frente a la situación que enfrentamos. Pero innovar con sentido, claro está, implica mantener en tensión el pensamiento; o sea, pensar más, pensar antes y pensar mejor. Esto, unido a la globalización y a los asombrosos avances tecnológicos que la acompañan y la posibilitan, convierten a la libertad de expresión, y a sus gemelas, las libertades de pensamiento y de prensa, en un asunto vital, reitero, para nuestra generación.
Una libertad, la de expresión, que se asienta, desde un punto de vista jurídico, en una jurisprudencia constante, nacional e internacional, que la considera prioritaria, como considera también que cualquier limitación que le pueda afectar debe de ser interpretada restrictivamente. Limitación que en todo caso, obvio es decirlo, solo pueden acordar jueces y tribunales independientes del poder ejecutivo, si queremos, y desde luego queremos, vivir y trabajar bajo el imperio de la ley, es decir, en democracia.
Irene Vallejo, en su prodigioso y sugerente ensayo titulado 'El infinito en un junco', que publica la editorial Siruela y que acaba de recibir, muy merecidamente a mi juicio, el Premio Nacional de Ensayo 2020, se remonta, para indagar en los albores del alfabeto y de los libros, a Heráclito, 'el enigmático' o 'el oscuro', con el que empieza lo que ella llama la literatura difícil, es decir, aquella en que el lector debe esforzarse para arrancar el significado a las frases, frente la más intuitiva, pero también más elitista, iconográfica pre alfabética.
Lo que Irene llama las reflexiones abruptas de Heráclito, el filósofo del toda pasa, todo fluye, nunca nos bañaremos dos veces en las aguas del mismo río, le parecen a Irene: «…una explicación de la actualidad que nos sacude como un seísmo. Al borde de la violencia, nos debatimos entre extremos opuestos: la globalización y la ley de la frontera; el mestizaje y el miedo a las minorías; el impulso de acogida y la furia de expulsar; el ansia de libertad y el sueño de construir refugios amurallados; el afán de cambio y la nostalgia de la grandeza perdida… La tensión de estas contradicciones puede llegar a ser casi insoportable. Por ese motivo, nos sentimos atrapados. Pero, según las tesis de Heráclito, una pequeña alteración en los dinámicos equilibrios de fuerzas lo cambia todo. También por eso la esperanza de transformar el mundo siempre tiene razón».
He ahí el motivo para haber elegido como tema de la edición de este año el estudio del asunto de la libertad de expresión en el mundo digital. Porque pensamos, como Irene, que la esperanza de transformar el mundo siempre tiene razón. Me permito recordar que Irene, junto con Alicia y Sofía, son tres nombres evocadores de aquella Grecia añorada y origen de todo, que significan paz, verdad y sabiduría. En este último caso con una alta significación para los españoles, debido a su majestad la Reina Sofía y a su alteza real la Infanta Sofía. A lo mejor se trata solo de una feliz coincidencia, pero también escogimos la libertad de expresión porque nos parece que merece más la pena trabajar para la ilusión que para la desolación. Merece más la pena trabajar para la libertad, para la paz, para la verdad y para la sabiduría, en definitiva para la esperanza que para el desaliento.
En tiempos de la dictadura cuando los españoles pedíamos libertad, la respuesta del poder era que no hacía falta libertad, porque ya había libertades (política, religiosa, sexual, social, etcétera) correctamente administradas por el poder, claro está. Frente a ello los juristas defendimos siempre, y seguiremos defendiendo siempre, que se trata de la libertad. La libertad auténtica es una sola e implica a todas, y es un anhelo tan intuitivo para los hombres que no necesita explicaciones. Sencillamente o hay libertad o no la hay, lo demás son subterfugios. Cuando no la hay, hay que procurar que la haya, y cuando la hay, hay que procurar que no deje de haberla. Recordando, como dijera aquel gran abogado que fuera Abraham Lincoln, que se puede distraer a todos un ratito y a unos pocos todo el tiempo, pero es imposible engañar a todo el tiempo a todo el mundo.
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