Secciones
Servicios
Destacamos
Como es normal, aun estamos digiriendo y analizando, especialmente en la Universidad, los resultados de la votación del jueves, en la que el profesor Villaverde revalidó el cargo de rector. Y por seis años, de acuerdo con la nueva legislación orgánica que, en esto –que ... no en otras muchas cosas– acierta a mi parecer. Cuatro años, con la burocracia que nos atenaza, son pocos para ver culminado cualquier proyecto de gobierno en todos los ámbitos políticos. Y la Universidad también es política. Enhorabuena a don Ignacio y también a su dignísimo contrincante, el doctor Cueva Lovelle, que en tan exiguo plazo acopió un porcentaje de apoyos muy importante. La convocatoria, legítima y apoyada en el nuevo marco estatutario de la institución, fue tan breve que dejaba poco margen a elaborar un buen programa; seleccionar un equipo competente, amplio y especializado; diseñar una campaña moderna y visitar con detenimiento los numerosos campus en los que trabajamos. Pongo mi propia experiencia como dato: como docente, creo haber presenciado, en Oviedo y León, siete u ocho procesos electorales. Es la primera vez que no pude saludar a un candidato porque, la única presencia de don Juan Manuel en las inmediaciones de donde trabajo coincidió con que yo estaba en clase. Repito: otras veces, con más tiempo, los postulantes tratan de saludar personalmente a todos los posibles votantes. En fin, Roma locuta, causa soluta. O, lo que es lo mismo, a otra cosa, mariposa.
Como espero que la meditación de don Pedro Sánchez, tras unas invectivas lamentables, no acabe en más votaciones, bien internas en el Congreso, bien por disolución del Parlamento, omito cualquier especulación al respecto; al menos de momento. Y paso al tema de otros votos y reseñas propios de la sociedad digital en la que nos movemos.
Ahora todo son noticias o concursos en los que se puede opinar o votar digitalmente. Muchas veces, más por sentimiento que por conocimiento. También por resentimiento, como el mismo viernes pude comprobar en algún comentario, en este diario, a la noticia de las elecciones universitarias. La querencia juega –yo he votado la capitalidad turística de Santa Eulalia de Oscos–, pero también el interés económico o de otro tipo. Son de risa las calificaciones o estrellas a profesionales, por ejemplo, de la Medicina, donde cualquier paciente cuestiona no ya el trato personal o la dedicación de un sanitario, sino sus conocimientos. ¿Qué decir de los anuncios en internet de productos milagro para la alopecia, la impotencia o la diabetes, entre otras patologías? Siempre es la misma cantinela: no se venden en la botica por la confabulación de la industria farmacéutica. Eso sí, se pueden adquirir con un clic de tarjeta de crédito. Y las opiniones son absolutamente cómicas, aun tratándose de un fraude no perseguido por las autoridades de Consumo. Con un poso machista, siempre se reproducen supuestas opiniones de esposas y novias (nunca a la inversa de género), congratulándose de las maravillas de un tratamiento. Y, si se puntúa, con calificaciones de matrícula de honor, aunque siempre se intercala una opinión desfavorable para hacerlo más creíble.
Cuando se pregunta por establecimientos de hostelería o alojamiento, se ve a la legua qué manifestaciones son sinceras y cuáles están guiadas por el propio establecimiento –todo es perfecto– o por la competencia. Caso real: «Local descuidado, servicio deficiente, raciones pequeñas y mucho microondas. En cambio, a cien metros, siguiendo hacia la capital, hay un excelente restaurante con gastronomía del país y muy buena relación calidad-precio». No hace falta ser muy espabilado para sospechar.
Pero lo cierto es que la sociedad se fía tanto de esas opiniones anónimas o apócrifas, como de una prestigiosa guía gastronómica u hostelera. Lo cuantitativo, además, no garantiza lo cualitativo. Una oferta o un servicio –o un artículo de un opinador– puede recabar miles de 'likes' y ser un competo bluf. Pero, volviendo a otra dimensión más trascendente, el contar con respaldos mayoritarios de votos no garantiza que una señora o un caballero sean buenos candidatos y, menos, notables gestores. Y lo cierto y penoso es que capas importantes de la población, sectarias o pasotas con la corrupción o el mal gusto, siguen votando a personajes claramente perniciosos para los intereses generales o locales.
Tenemos mucha información, pero, en muchos casos, deliberadamente encaminada a la desinformación. A darnos, de forma interesada, gato por liebre. Y todo bajo el disfraz democrático de la votación. Si en las redes sociales o en alguna Web se observa que un producto desconocido –que no rechazado– por la farmacopea tiene abundantes votos y reseñas favorables, cual dogma de fe, es bueno y merecedor de ser comprado por los cauces privativos del anuncio. ¿Y, en política, también quieren vendernos de esta forma a candidatos, a opiniones o, incluso a opciones electorales? No me atrevería a decir rotundamente que no.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Nuestra selección
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.