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La actualidad regional reflejada en las páginas de los diarios y en los boletines radiotelevisivos es relativamente amplia y marcada, en buena parte, por los debates nacionales de financiación, congresos federales y demás. Pero, no nos engañemos, los ojos y oídos de los lectores, oyentes ... y telespectadores, por no hablar de las redes sociales, están puestos en el partido de esta tarde. En la tópica 'fiesta del fútbol', derbi o como queramos llamar a lo que va a jugarse en El Molinón. Propongo una comparación un tanto chusca: la anunciada ausencia de don Adrián Barbón y don Juan Cofiño a la misa de Covadonga ha tenido, lógicamente, repercusión mediática y hasta artículos de opinión y alabanzas o críticas de las diversas formaciones políticas. Pero no nos engañemos: ni cuantitativa ni cualitativamente el que las primeras autoridades autonómicas prefieran no tener que aguantar estoicamente las bravatas del señor arzobispo importa a la mayoría del paisanaje astur bastante menos que el duelo futbolero y, si me apuran, que cualquier otro encuentro balompédico de nivel.
No estoy diciendo que seamos unos irresponsables domados con pan y circo. En absoluto. Todos tenemos nuestras preocupaciones preferentes de salud, familia, trabajo, vivienda, precios… Pero los medios de comunicación ni entran en cuestiones privadas ni ofrecen a diario novedades socioeconómicas que cambien los derroteros de nuestras vidas e inquietudes. Por eso las diatribas episcopales y las espantadas de políticos no creo que hipotequen el pensamiento de quienes residimos en esta tierra. Una golondrina no hace verano ni, en este caso, mantiene el vuelo hasta San Mateo, cuando entra la seronda. A partir del día nueve, todo comentario al respecto será anacrónico, porque la información requiere actualidad y el asunto, nada nuevo, de las divergencias de discurso, será ya parte del pretérito. Diversamente, una disputa y un resultado entre Oviedo y Sporting se habla o se recuerda durante años. No es el partido rutinario del que sólo al día siguiente se comenta en el café o en el trabajo. Todavía no he olvidado, siendo niño, aquel épico e insólito 5 a 4 de noviembre de 1966 y eso que yo aún no acudía al fútbol. Tengo un sentimiento agridulce del lance, no ya porque acabara perdiendo el Oviedo, sino porque oí la retransmisión junto a mi abuela materna en uno de los últimos recuerdos que tengo de ella. En fin, larga memoria propicia cualquier hito o desventura de este asunto, aunque no sea para recordar las Copas de Europa ganadas o perdidas. Por eso, no nos pongamos las gafas de intelectual para engañarnos.
Pero voy a lo más serio, sobre lo que ya he escrito a propósito de la fallida festividad del 25 de mayo. Entiendo –y lo he defendido– que hace décadas, en una organización política naciente o renaciente, se usara una fecha del calendario que es identificada y respetada por todos los asturianos, para declararla Día de Asturias. Una festividad religiosa y no sólo celebrada en nuestra región. Además, me repito, puestos también a ser sinceros en este punto, la declaración soberana de guerra a Napoleón –o el día y mes de 1808– no era algo demasiado conocido por la colectividad. Y, a partir de ahí, se hizo un 'dos en uno', con celebración eucarística en Covadonga y fiesta profana en un lugar de Asturias elegido de forma rotatoria.
No hubo problema alguno hasta hace algunos años y supongo que, en el futuro, podría dejar de haber desavenencias. Pero el tema, a estas alturas y sin dejar de repensar lo de conmemorar solemnemente el 25 de mayo, ya no es ese. Para los católicos asturianos el 8 de septiembre va a seguir siendo fiesta de guardar y nada impide que la autoridad civil también lo festeje como ocurre con las fiestas patronales de pueblos y barrios, donde participan creyentes y distantes. Pero lo que desentona y propicia estas trifulcas, sólo dialécticas y efímeras, es introducir, en sitial preferente, a los altos cargos en la celebración religiosa. Creo que está claro que quienes, por sus convicciones o simple tradición, deseen acudir a la misa, tienen todo el derecho y respeto de la ciudadanía. Eso nada tiene que ver con la aconfesionalidad del Estado. Pero no en calidad de dignatarios de una institución pública. No es tan complicado de entender. Como tampoco lo es que un responsable político acepte cortesmente las invitaciones de la mitra o de cualquier confesión legal. O que haya reciprocidad. Lo que chirría es convertir la bancada de las autoridades regionales en el banquillo de los acusados que, además, ni derecho tienen a lo que, en Derecho procesal penal, se llama 'la última palabra'.
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