Acabamos de estrenar agosto y siempre se dijo que, en este mes en el que casi todos andamos a medio gas y la actividad comercial o administrativa se resiente en detrimento de clientes y usuarios, es cuando se pueden colar medidas gravosas o de difícil ... digestión. Es más –y algo sé de esto–, cuando la telemática no había cambiado nuestros hábitos, agosto era, jurídicamente, un mes hábil y los boletines sólo se editaban en papel, dado que tal prensa tiene muy limitados lectores, en este caluroso mes aparecían disposiciones nada pacíficas e, incluso, convocatorias de empleo público con un plazo de solicitudes que, en ocasiones, cerraba las puertas a quienes no estuvieran pendientes, día tras día, de la publicación.
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No es el caso del pacto entre ERC y PSC que se veía venir desde siempre y más desde que don Salvador Illa viene dejando al voto soberanista en Cuidados Intensivos. La reivindicación lógica del separatismo es la caja. De los impuestos o –como ocurre en el País Vasco– de la Seguridad Social. Son las metas que rompen la unidad real del Estado y la igualdad y solidaridad de la ciudadanía. Lo demás, cuestiones románticas de banderas, lenguas excluyentes, presencia internacional y selecciones deportivas, vendrá dado por añadidura.
Yo no necesito alzar la voz ante este posible desatino, porque, desde el sosiego sordo de estos y otros artículos, llevo años oponiéndome a este tipo de pactos. No he caído del caballo. Para empezar, la ansiada relación de unilateralidad con el Estado es ya una evidencia: en cualquier comunidad autónoma, empezando por la nuestra, las fuerzas negocian las investiduras pactando medidas a desplegar allí por el Parlamento y el gobierno que se forme. En el caso catalán, lo que se conviene es un conjunto de reformas que tienen que ser llevadas a cabo por los Poderes del Estado –modificación de la legislación orgánica de financiación y transferencia de medios– y que afectan a todos los españoles.
Creo que, como ocurrió en la sufrida investidura de don Pedro Sánchez, se ha sido muy generoso en las cesiones a fuerzas no sólo minoritarias, sino que no creo que estuvieran más tranquilas de repetirse las elecciones si la derecha alcanzara la mayoría absoluta. En Cataluña ha sido aún más claro. Las autonómicas han supuesto una rotunda victoria de un excelente gestor socialista y las europeas han condenado al nacionalismo excluyente a la irrelevancia; en algún caso, a la nada. Ahora, se resucita a estos muertos mal enterrados que intentarán colgarse medallas (con razón) y, en caso de que las Cortes Generales o el Tribunal Constitucional echen abajo esta propuesta de soberanía fiscal (que no de federalismo), ya tenemos mártires para otra década y la matraca que creíamos superada.
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Que las demás comunidades se empobrecerían de prosperar este pacto, es una obviedad. Como lo es que, pese a lo que ingenuamente algunos piden, si se extendiera algo similar a todos los territorios, donde la recaudación exclusivamente autóctona, no los beneficiaría en absoluto y valga nuestro ejemplo.
La estructura del Estado, como las instituciones más importantes de éste, pueden cambiarse, naturalmente. Pero pensando en todos y no con decisiones que ningunean a catorce comunidades. Pero claro, todos sabemos que, desgraciadamente, modificar la Constitución en estos temas, no es tarea sencilla. En fin, veremos en qué deriva una situación que ya está creando grandes fisuras y aún estamos en la pretemporada de este reto institucional.
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La parte frívola, para quitar hierro, de este comentario, es, justamente la pretemporada futbolística y la titánica labor investigadora de los periodistas deportivos para saciar los deseos de grandes novedades por parte de las hinchadas. También, cuando no había redes sociales, los rumores de fichajes y bajas sólo se ofrecían desde los periódicos y en papel. Y una sola vez al día. Y, claro, las opiniones vertidas y controvertidas del chigre. Ahora hay mil foros en las redes sociales donde todos podemos ser directivos, representantes y críticos con los fenómenos o petardos que nuestro equipo pueda incorporar. Y la prensa, que también es ya digital, al menor movimiento fundamentado, nos da cuenta instantánea de las posibles incorporaciones, los competidores y las famosas cláusulas de rescisión. Y, por supuesto, de las pachangas veraniegas, a veces con nombre pomposo, donde los espectadores o lectores ya juzgan, por un acierto o un fallo, el éxito o yerro de un fichaje.
Cuento esto porque, me temo, el fútbol –o los Juegos Olímpicos–, en esta ocasión, para muchos, no va a ser el telón que nos impida ver con preocupación lo que comento más atrás.
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