Por un septiembre menos relevante

El 1 de septiembre es fecha doblemente dramática en Europa y en el mundo, que debiera hacernos meditar sobre la megalomanía y locura de quienes, con apoyo popular, llegan al poder

Domingo, 1 de septiembre 2024, 02:00

Hasta no hace muchos años, septiembre se identificaba con los exámenes de recuperación que alteraban no sólo los veranos de los estudiantes con suspensos, sino también las propias vacaciones familiares. Fueron los tiempos –casi siglos– en que hacían su agosto las academias; institución benemérita que ... reflotó a docenas de estudiantes abocados, si no, a la pérdida de curso. Algo que con las nuevas leyes educativas es un exotismo, ya que promociona casi todo el mundo, en lo que es el eterno debate pedagógico. Particularmente, aunque sé que julio y agosto, tras un curso académico, no son el mejor escenario para prepararse, las convocatorias actuales también dejan mucho que desear, porque repetir en junio tras un examen muy deficiente de mayo no garantiza nada. En veinte días no se prepara una asignatura importante y menos si los suspensos son varios. Pero, repito, es el eterno debate.

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Ahora, la tensión para docentes y discentes es ponerse nuevamente el mono de trabajo nada más pasada la fiesta regional; algo que da pereza y temores, pero que no es lo mismo que examinarse, a veces a vida o muerte, ya que el límite de convocatorias sigue ahí, aunque relajado y con el flotador del aprobado por compensación, que sigo encontrando disparatado. Obtener un título sin haber superado una materia fundamental rechina y no quiero pensar en los potenciales clientes de una profesión titulada. Ya lo he dicho más veces: frente a los abusos e injusticias del profesorado debe haber técnicas de control. Para eso está la autoridad académica y no sólo para figurar u ofrecer logros mediáticos. Pero no hay mayor injusticia que aprobar, por igual, a quien sabe y a quien no ha abierto un libro. Pero ya sé que es batalla perdida.

No ignoro que la actualidad nacional no se centra en aulas y pupitres, sino en nombramientos institucionales, recursos de inconstitucionalidad, migración irregular y pactos fiscales. Y la asturiana, no ajena a lo anterior, a polémicas como la de la apertura de Amazon y las obras inacabadas de acceso, sobre las que hay que recordar el esfuerzo insólito y hasta discutible, del Principado, de prolongar, ad hoc, el trazado de una autovía.

Pero en la Historia, incluso este día 1 del noveno mes del calendario tiene un significado mucho más trascendente. En el Imperio grecolatino de Bizancio, se tomaba el primero de septiembre del 5.509 antes de Cristo como la fecha de la creación del mundo, dando así inicio a su calendario. Teniendo en cuenta que ese imperio se empieza a computar en el 395 de nuestra era, muy poco llevaba levantada la obra del Creador y, menos aún, la presencia humana sobre la faz de la Tierra. Ahora se calcula que el planeta cuenta con 4.540 millones de años y que el 'homo habilis' lo pobló hace unos dos. Cifras sometidas, como toda la Ciencia, a la continua revisión de los investigadores. Curiosamente, creo que desde no hace tanto la Iglesia celebra en este día, ecuménicamente, la Fiesta de la Creación, que se prolonga más de un mes para reflexionar sobre la importancia de cuidar el planeta y tomar medidas concretas para su conservación. No está mal esa vena ecologista, pero no sé cuántos adeptos concita. Me queda un poco lejos ese calendario, aunque no el propósito, loable.

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Pero, curiosamente, el 1 de septiembre es fecha doblemente dramática en Europa y en el mundo, que debiera hacernos meditar sobre la megalomanía y locura de quienes, con apoyo popular, llegan al poder. No sólo el ruido de sables trae desgracias. En este día, pero de 1939, la Alemania nazi invadió Polonia, dando, de facto, inicio a la Segunda Guerra Mundial, aunque en ese momento era sólo la prepotente ambición de correr las fronteras, como hoy ocurre con Ucrania. Pero no: otro 1 de septiembre, en 1945, tras los brutales bombardeos atómicos del Pacífico, se alumbraba el final de esa Segunda Guerra Mundial.

Una vez más debemos congratularnos de la creación de las instituciones europeas que han asegurado la paz en el continente, poniendo fin al secular enfrentamiento entre Francia y Alemania. Creo que, a su menor escala, el éxito europeo es superior al de la creación –o recreación de la Sociedad de Naciones– de las Naciones Unidas, donde los derechos de veto de los vencedores siguen evidenciándonos que hubo una gran guerra y que las posiciones particulares de las grandes potencias, con presencia permanente en el Consejo de Seguridad, hacen inviable el parar otros conflictos o superar las grandes desigualdades, hambrunas, enfermedades y éxodos del Tercer Mundo. Evidentemente, la ONU es el gran éxito y, a la vez, la gran decepción del Derecho Internacional.

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Felicitémonos, pues, de que nuestras preocupaciones se ciñan a la política interior, pese a sus pésimas formas, o a la entrada en el mes en el que, tras un período de ciudades vacías y localidades turísticas abarrotadas, volvemos a la normalidad. Expresión que fue tan deseada hace poco tiempo, cuando luchábamos contra la pandemia.

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