Llevamos ya unos cuantos veranos –y muy particularmente desde la pandemia– quejándonos, en zonas tradicionalmente consideradas tranquilas de nuestra geografía, de un exceso de visitantes que vuelve insufrible nuestro paraíso natural. Lo de este agosto ha llevado a hablar de 'turismofobia'; término de moda, como ... tantos que contienen referencia a distintos tipos de odio. Y creo que ni debemos aceptar sin más una especie de animadversión a todo el que nos visita ni debemos creer que las incomodidades por este número elevado de foráneos se debe a su decisión de venir a conocer y disfrutar Asturias. Ambas presunciones son lamentables, a mi entender. Por un lado, no creo que los asturianos seamos xenófobos; siempre tuvimos fama de hospitalarios y generosos. Y, por otro lado, nos hemos pasado décadas envidiando el turismo mediterráneo e insular, el gran recurso de la España del desarrollismo y ahora, que el clima y la promoción de nuestra tierra atraen a personas de toda España e incluso extranjeras, nos quejamos. No es serio y, con independencia de que puedan venir gentes poco respetuosas con nuestro medio natural, el turista no es, en principio, culpable de nada.
Publicidad
Si esto es como pienso, ¿qué ocurre? ¿Es falso que buena parte de Asturias, no sólo las ciudades y las villas más pintorescas, no soporta el aluvión de gentes por las calles y accesos a las playas? No; es absolutamente cierto y todos lo padecemos. Como viandantes, como conductores, como consumidores en terrazas y locales… La cuestión es que, al margen de que no se vengan tomando medidas de control o adecuación del continente que es la región al contenido de personas que se multiplican en estas fechas, el problema se veía venir desde hace años y no se pusieron las ideas y los medios, algunos de coste elevado, para impedir el caos que empieza a observarse en los concejos de nuestra comunidad.
No es mérito el haber sospechado, pues era un presagio fácil, que, aunque la mayoría del territorio tenía una ocupación sostenible, los veraneantes eran casi los mismos, año tras año, tan idílica situación un día iba a romperse. Y eso ha pasado en cuanto quienes libremente –por derecho constitucional y europeo– han querido huir de los calores de la Meseta y el sur o del bullicio irrespirable del Levante y archipiélagos, esto se ha llenado. Era cuestión de tiempo. Decía antes que los distintos gobiernos del Principado habían promocionado con acierto la imagen de Asturias, su naturaleza, su monumentalidad, sus rutas milenarias, su gastronomía y tantas maravillas que atesoramos, y era lógico que las multitudes acudieran al reclamo, que hoy vemos incluso en lugares lejanos o en estaciones del AVE, cuya llegada ha sido otro gran acicate.
Pongo un ejemplo del pueblo costero y ejemplar que me acoge, no sólo en temporada estival, desde hace más de tres décadas. Antes de la fiebre turística, ya hospedaba a veraneantes habituales, a oriundos que regresaban a sus raíces, a usuarios de un camping y, de pasada, a cientos de peregrinos del Camino litoral. Con tan casero escenario, la ocupación ya estaba al límite y para quienes tiene que usar –o quieren aunque no sea necesario– llevar el automóvil a la playa, el aparcamiento era, algunos días, tarea imposible y la carreterina –travesía del pueblo–, poco más que un camino, hacía muy complicado el cruce de dos coches en muchos puntos de su trayectoria. Eso, cuando éramos cuatro. La situación actual, como en otros lugares cercanos, es dantesca: grandes autocaravanas que abarcan todo el ancho de la calzada y la carretera al arenal literalmente invadida de coches, en una ocupación no sancionada del dominio público.
Publicidad
Si como vengo señalando, lo que ahora pasa era previsible y más para los responsables políticos, regionales y municipales, ¿qué se ha hecho? ¿Qué infraestructuras de variantes y aparcamientos disuasorios se han acometido? Ya sé que cuesta dinero, como todo, pero en lugares como el que yo conozco bien, ninguna. Estamos igual que hace cien años cuando el uso de las playas era muy otro, casi anecdótico.
Hemos perdido muchos años para crear dotaciones y prever ocupaciones y servicios y ahora lloramos nuestra propia imprevisión. Y echamos la culpa a grupos y familias que, con las lógicas excepciones vandálicas, por cierto, no reprimidas, vienen a admirar nuestro Principado. No queremos este turismo incontrolado; está claro. Nos molesta el bullicio ruidoso y una hostelería improvisada de masas. Padecemos un tráfico salvaje para el que no están hechas nuestras caleyas. Pero ningún ayuntamiento creo que esté dispuesto a restringir un metro cuadrado durante las fiestas de sus pueblos, aunque ni un refresco pueda tomarse en ocasiones.
Publicidad
Son muchas las concausas de este desmadre y, sobre la marcha, no hay quien las pueda corregir salvo que intentemos espantar a la gente, lo que sería muy problemático legalmente. Intentemos paliar, sin discursos de fobias, esta situación que irá a más. Pero siendo conscientes de que no hay que mirar al tendido. Nos ha pillado el toro.
3 meses por solo 1€/mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.