No deja de haber una contradicción importante entre el fomento sin límites, desde las alcaldías, a la hostelería callejera, con o sin fiestas, y las progresivas restricciones a los consumidores, ya sea con el tabaco o, ahora, con el alcohol.
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Dejo claro, y quien me ... conoce lo sabe, que ni fumo ni bebo. A lo sumo, en un festivo puedo tomar algo en el vermú o acompañando excepcionalmente una comida. Sólo dos veces me han hecho control de alcoholemia y nada de nada. Pero, a lo peor, dentro de unos meses la tasa inapreciable que podía llevar conmigo ya sería suficiente para un multazo.
He oído, a comienzo de la semana, una entrevista en RNE a Pere Navarro, mandamás del tema de Tráfico y persona competente y con dotes pedagógicas. Pero, justamente, todas las interpelaciones que le dirigieron los periodistas iban en la línea de la tasa cero y no en el sentido, nada baladí, de cuántos accidentes se venían produciendo con la ya muy baja permisividad actual que, obviamente, lo afirmo, son una proporción muy baja.
El señor Navarro afirmó varias veces que este descenso prohibitivo de 0,5 gramos por litro en sangre a 0,2, supondría un cambio radical (él decía que, en las carreteras, pero también lo es en la vida social) y que entre el 0,2 y nada no había recorrido y que se trataba de que, por la ingesta de cualquier otro producto no se produjeran mediciones erróneas de poner el listón en cero patatero.
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Voy a aceptar disciplinadamente que fuera de casa o del casco urbano, se acabó el tomar un vinín, una caña o un culín. Nada digo de un vermú dominical. Pero quiero hacer una reflexión desde la mínima autoridad de quien es abstemio. Los grandes damnificados no son los consumidores sino los bares y restaurantes, tan frecuentes en Asturias, que están fuera, aunque no se hallen muy lejos, de los centros urbanos y a los que hay que ir en coche. ¿Vamos a volver a aquello de sortear quién no bebe y conduce? Patético y anacrónico, amén de injusto. Tener que beber agua o un refresco con un buen pescado o un asado es una herejía gastronómica en un país alegre como ninguno de Europa. Y si alguien viaja solo ya sabe lo que le espera o lo que puede esperarle. Porque, claro, siempre está la posibilidad de jugársela a la suerte, al alea. Me pillan, no me pillan; horas peligrosas, carreteras secundarias… La picaresca exacerbada por esta nueva restricción.
Asturias, como toda España –pero más por sus numerosas poblaciones– está llena, desde hace unas décadas, de rotondas de distribución y acceso en nuestras carreteras, especialmente al salir o entrar a las autovías. Lugares muy propicios y habituales para que la Guardia Civil de Tráfico haga su labor que, complementa, en la velocidad, con los radares, amén de exotismos de helicóptero alguna vez. Todos los conductores, ya en estos momentos, entramos con temor en estas glorietas, aunque nos hayamos aplicado la ley seca. A partir de ahora, el tembleque será total a poco que nos atreviéramos a mojar los labios en una cerveza o nos haya salpicado un escanciador. Incluso ya se ha señalado por el oficialismo antialcohólico que no hay agentes suficientes para tanta rotonda y para tanto depravado que acompaña una fabada o un potaje con un vasín.
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En mi humilde historial tengo mi lucha y mi apoyo normativo frente al consumo de menores, aún tan extendido, aunque no conduzcan. Y sé de las tragedias que provocan quienes, conscientemente o no, se echan a la carretera no estando en condiciones. Pero me gustaría no usar la brocha gorda y ponderar todos los bienes a proteger: la libertad, el ocio sano, la promoción gastronómica y enológica. Y siendo lo más importante la vida y la integridad de las personas, abordar esa desigualdad de que algunos pueden volver embriagados a casa si almorzaron en un lugar al que se llega a pie, frente a quienes, por un par de kilómetros en automóvil, tienen que comerse unas almejas regadas de tónica, mosto u otros esperpentos.
Y, por cierto, no seamos hipócritas. ¿Por qué llevamos décadas diciendo que se ha suprimido, para no distraer a los conductores, la publicidad en las carreteras? Mayor cinismo es imposible. La actual ley estatal de 2015 nos recuerda que «fuera de los tramos urbanos de las carreteras queda prohibido realizar publicidad en cualquier lugar que sea visible desde las calzadas de la carretera». Pero colocada la publicidad en suelo urbano, muy cercano a las autovías y visible desde éstas, los anuncios, gigantes, son visibles desde la vía. Circunvalemos Gijón u Oviedo y comprobemos una vez más lo que ya sabemos. Y aunque el ministerio puede ordenar que se retiren los paneles que distraigan, no veo que se ejercite esa potestad como es debido. Porque esos cartelones que anuncian cualquier cosa, distraen lo mismo a un beodo que a una santa mujer o virtuoso varón.
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