Aunque, climatológicamente, buena parte de mayo y junio haya sido en Asturias un tiempo húmedo y desapacible, que no hubiera inspirado a Vivaldi –aunque en su Venecia natal esté parecido–, lo cierto es que, la próxima semana entra el verano. Al menos, oficialmente, aunque casi ... sólo lo percibamos por lo largos que son los días en estas fechas. Pero pronto lo notaremos por otros motivos o circunstancias.
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Ya sé que buena parte de Asturias ha estado –y sigue– ebria por el tema futbolero, pero ello no me anestesia hasta el punto de olvidar los temores que me trae el estío. Ya sabemos, eso sí, que si Macron convoca elecciones veraniegas no pasa nada, a diferencia de lo que ocurrió en España, con una censura absurda, como si no hubiera cosas más importantes de las que quejarse. En España, justamente en el límite de las dos estaciones, nos encontramos con la enésima fractura en las fuerzas a la izquierda del PSOE, porque no otra cosa supone el retranqueo orgánico, aunque no institucional, de la lideresa absoluta de Sumar. Y España necesita de partidos fuertes, sin personalismos efímeros y capacidad de rechazo a posiciones viscerales y extremistas que no pasan de una ocurrencia para aglutinar descontentos, como hemos visto en las recientes elecciones europeas. Nunca creí que unas elecciones al Parlamento de la Unión fueran a deparar estas sorpresas. Menos mal, en estos momentos de obstinación independentista, desobedeciendo al Tribunal Constitucional, que los resultados del 9 de junio en Cataluña han sido la consolidación de la vuelta a la normalidad y a la ilusión de esa comunidad, aunque algunos, con resultados sonrojantes, aún saquen pecho, que me figuro que será ortopédico, como en los chistes.
Europa, en efecto, tiene que armarse en este comienzo de verano a través de la constitución de sus órganos, y resultados como los de Francia o la propia Alemania no pueden ignorarse. No sólo hay que ver lo malos que son 'los otros', sino indagar qué es lo que han hecho mal los unos. Y, la verdad, es que hay para dar y no parar. Que pregunten al sector agroganadero y a los afectados por las no tan alejadas políticas medioambientales y a todos, repito: todos, los que padecemos con la burocracia estéril y dilatoria impuesta desde Bruselas. Muchas veces he contado cómo en vísperas del ingreso de España en las antiguas Comunidades yo, que era un jovencísimo profesor, creía que la digitalización que ya empezaba a apreciarse y la europeización de España acabarían con el 'vuelva usted mañana', la 'póliza redonda' o tantos mitos reales de una Administración novelesca y decimonónica. Ha sido lo contrario y no parece que nos lo queramos hacer mirar.
Si el verano, en los tiempos de la atención y gestión presencial, ya era una rémora a la hora de sacar asuntos adelante, con el trabajo en línea y la necesidad de concertar citas es un infierno, donde ni vemos los cuernos del diablo. En las ciudades medio vacías por los que pueden vacar o, al menos, frecuentar a tiempo parcial campo y playa, las oficinas públicas son verdaderos desiertos, aunque paguemos impuestos y cuotas sociales igual que el resto del año. Nunca se organizaron bien los servicios públicos para garantizar un estándar de calidad adecuado en los meses de holganza (de algunos). Que hasta la Universidad eche la llave durante parte de las vacaciones es bien expresivo de que no se cree en el mítico principio de continuidad, sino en el ahorro energético. No me parece mal luchar contra el gasto en estos asuntos, pero vale más no engañar. No sólo aquí, abundan los letreros que invitan a usar las escaleras de los edificios públicos, por motivos de 'salud cardiovascular', cuando, justamente, la invitación está a la puerta de un ascensor al que se quiere dar descanso, porque cobra en sus subidas y bajadas.
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Siguiendo con la universidad, todavía hay exámenes de Grado hasta el 5 de julio y defensa de trabajos fin de carrera o máster hasta el 26, a las puertas de agosto. Los campus, fuera de los momentos de pruebas, están solitarios y, ciertamente, apagados, porque la gente joven, sin caer en el tópico, da alegría a los recintos universitarios. Una prueba reciente ha sido, también en algunos institutos de la región, la reciente evaluación de acceso a la universidad, donde centenares de estudiantes colapsaban, literalmente, aulas, pasillos y cafeterías. Y también las calles aledañas, porque muchos padres y madres hicieron de taxistas de sus atribulados hijos que, dentro de unos meses, tendrán que conocer las rutas y paradas de los autobuses urbanos e interurbanos. Eso será ya en septiembre y aún en verano porque, afortunadamente, la parálisis de los campus se ha acortado con los nuevos planes de estudios y pasado el Día de Asturias, todo vuelve a la normalidad. No como no hace tanto, en que el calendario académico no empezaba a correr hasta pasado el Pilar.
En fin, que el verano va a seguir movido en la política, nacional y europea, pero proyectará una sombra mortecina sobre la actividad cotidiana y el bullicio de la calle.
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