El frágil apoyo parlamentario con el que cuenta el Gobierno del señor Sánchez ha mostrado, una vez más, su facilidad para cuartearse. Ahora no han sido los presupuestos generales ni el techo de gasto, sino la alarmante situación que se vive a siete mil kilómetros ... de Madrid. Los comicios venezolanos del 28 de julio, con tantas incógnitas y sospechas al día de hoy, también han sido motivo para fraccionar una posible posición de Estado ante lo que se está viviendo por la opacidad del entramado institucional de Maduro para acreditar su hipotética revalidación presidencial.

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El Gobierno español –y ya adelanto que lo aplaudo– quiere alinearse en una postura común con la Unión Europea que despeje todo comportamiento autárquico o cualquier atisbo proteccionista de la 'madre patria', que pudiera entenderse en clave neocolonialista, tan sensible para bolivarianos o indigenistas en la América hispana. Europa es un protagonista fundamental en la política mundial y la pena es que, como vemos a diario con guerras, hambrunas y genocidios, la pluralidad de bloques impida condenas unánimes, reales y efectivas ante las catástrofes alentadas por tiranos.

Pero los lazos entre América y España existen, indudablemente, y creo que haber dado asilo en nuestro país –tras gestiones aún poco esclarecidas– a Edmundo González Urrutia es un acto humanitario y una manifestación de la escasa confianza en lo que dice el amenazante oficialismo de Caracas. Parece increíble, con los ojos de un sistema electoral como el español, con carencias, pero ágil e inmune a los pucherazos, que no se hayan exhibido públicamente unas actas después de mes y medio.

Pero vuelvo a la situación institucional española. El Congreso, porque el PNV ha querido marcar territorio en un tema que importa poco a las demandas nacionalistas, ha votado en favor de reconocer a don Edmundo como presidente legítimo de Venezuela. Y el Gobierno, como responsable de las relaciones exteriores ordinarias, se ha desmarcado de esa votación, a la espera, como se ha dicho, de una posición común europea que no parece muy próxima. Estamos casi en una situación de cohabitación, en este punto, entre la mayoría parlamentaria y el Gobierno. Se supone que es un tema puntual porque, de reiterarse esos desencuentros, no hará falta moción de censura para derrocar al Ejecutivo. Pero eso no deja de ser una quimera, porque no creo que los secesionistas se fueran a encontrar mejor con el Partido Popular o Vox

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Aunque, como a tantos, la versión de la autoridad electoral y judicial chavista, sin pruebas, me huela a cuerno quemado, creo que sirve de poco un reconocimiento puramente simbólico, casi de realidad virtual. El problema está en un país tradicionalmente rico, pero con grandes carencias de todo orden, y no en nuestro territorio o el de nuestros socios comunitarios. Tampoco en el suelo de países latinoamericanos proclives a reconocer que la oposición ganó el 28 de julio.

Ayudar en lo socioeconómico o en lo humanitario está muy bien y mantenerse prestos al devenir aclaratorio de los acontecimientos está aún mejor. Pero crear gobernadores de ínsulas baratarias, como el bueno de Sancho Panza, parece una aventura llamada al fracaso y a la decepción de los venezolanos críticos y hasta enfurecidos con la situación. Ya sé que hasta la Iglesia nombra obispos de diócesis inexistentes o desaparecidas, pero eso sólo sirve para pompa de los designados y nunca para el rebaño católico.

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Es más, como hijo de una niña de la Guerra, lo de los gobiernos paralelos o en el exilio me produce una pena inmensa. Esas reservas de la legitimidad carentes de todo poder y capacidad de revertir el presente y hasta el futuro de un país. Recordemos cómo se produjo la restauración democrática y dónde murió el dictador. El testimonio y la documentación del Gobierno republicano en sus cuarenta años de historia, resultan muy relevantes cultural, ética y políticamente. Pero apenas tuvieron repercusión material en el interior. Y escribo estas últimas líneas desde el recuerdo admirativo y emocionado de don José Maldonado González, tinetense, último presidente de la II República en el exilio. Recuerdo con un nudo en la garganta cuando, regresado del exilio, vino a casa a ver a mi madre, hija de su amigo Leopoldo. ¡Cuántas penalidades pasadas!

Estoy con el Gobierno. No creemos ilusiones vanas, ni expectativas condenadas al fracaso. Ya se vio para qué sirvió el gesto con Guaidó. Acopiemos voluntades internacionales y valoremos las pruebas que se aporten sin sectarismo. Seamos realistas. No de realismo mágico que termine en trágico.

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