![Máscaras, mascarillas, mascaradas](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2024/03/02/92228706.jpg)
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Es difícil sustraerse al penúltimo escándalo a costa de la confección y venta, con el subsiguiente enriquecimiento ilícito, de las mascarillas higiénicas que nos protegieron en la reciente y dramática pandemia. Digo penúltimo episodio porque ya ha aflorado otro, y esta saga de capítulos corruptos ... a cuenta del drama del Covid 19 seguro que no se acabará aquí, a poco que Policía y Justicia se esmeren o los confidentes despechados se vayan de la lengua. Ciertamente, es algo tan despreciable el aprovecharse de las desgracias para enriquecerse delictivamente que, aunque sea cosa de pocos, abochorna al género humano.
No pretendo ir de filósofo, ni de nada de lo que no soy, pero recuerdo del Bachillerato cómo 'persona' y 'máscara' –la de los actores– tienen una misma raíz en el griego antiguo, concretamente en la palabra 'prósopon', luego romanizada y hasta utilizada en la Teología de la Trinidad o, más cercano a mí, en el término 'personalidad', tanto física como jurídica. En resumen, para lo que estoy escribiendo, que tras la apariencia amable, seductora, honesta y respetable de los humanos –y más si muestran el halo de la autoridad política o moral–, hay rostros de carne y hueso; caraduras sin escrúpulos, pero con una rara habilidad olfativa para ver dónde está el negocio, dónde el poderoso al que acercarse y, si se puede, corromper y cómo eludir las intervenciones y controles que impone la contratación pública. Porque, como es bien sabido, en toda Europa, la legislación aplicable a los negocios del sector público es un puro trasunto del Derecho de la Unión, que también falla, pese a su endiablada burocracia, y por eso se está cambiando de continuo.
No entro, al menos de momento, en la actuación, que desconozco, o en la forma de defender su proceder del señor Ábalos. Asumo, hasta el último instante procesal, la presunción de inocencia, lo que no hace, con respecto a las infracciones administrativas y tributarias, la legislación estatal, que excluye algo tan importante del elenco de garantías ante la potestad sancionadora y donde los funcionarios acusadores gozan de presunción de veracidad. Pero esa es otra.
Pero sí incido, una vez más, en una reflexión nada inédita, pero que reitero frecuentemente y basten los titulares de prensa de los últimos diez días para corroborar su triste exactitud. Me refiero a que la sociedad ha avanzado, pese a las brutalidades y conflictos inextinguibles, a golpe de personas o pequeños grupos que inician, en principio sin apenas apoyos y no pocas censuras, batallas complejas en favor de ideales que el tiempo demuestra admirables e irreversibles. La lucha contra el racismo; la igualdad de la mujer; la protección del medio ambiente; el freno al calentamiento global; la tutela de los perseguidos por la homofobia o la xenofobia; la erradicación de la pena de muerte; la proscripción de la intolerancia religiosa; el no mirar para otro lado con la inmigración en estado de necesidad; la bandera del pacifismo; la solidaria atenuación del hambre en el mundo; el acceso a la educación y a la sanidad universal… Y, dentro de esta última, la generalización y gratuidad de las vacunas y el material profiláctico. El caso, en fin, de las mascarillas. Bien; pues en estos y otros muchos propósitos loables, cuando se asumen y consolidan en los estados e incluso en la publicidad de rostro amable de las grandes corporaciones privadas, aparece, inexorablemente, el pícaro (o pícara), para vivir del cuento propagandístico, porque ya hay dinero, y mucho, de por medio. Llámense subvenciones, chiringuitos o carguetes. Y, dentro de esta fauna, intermediarios. Muchos. Largas cadenas como si del IVA de los alimentos se tratara. A veces, para eternizar el negocio se estiran reclamaciones de bienes o conquistas que ya están perfectamente asentados en la conciencia y la realidad colectiva. Pero cualquiera suelta la presa. El caso de las mascarillas no va a ser una excepción y superada, gracias a la ciencia, a la efectividad de la Europa de los ciudadanos; a comportamientos filantrópicos y a no pocos buenos gestores y profesionales –y puedo hablar de Asturias–, seguirán saliendo escándalos y delitos durante años. Los que se destapen, porque otros elementos, ganada la batalla de la pandemia 'diversificarán' el negocio para seguir robando a manos llenas. Y, muchas veces, el infractor es más listo que legisladores y jueces.
En total, que al margen del deprimente caso del ciudadano Koldo, la mascarada, sigue. No en balde la RAE define esta palabra como «festín o sarao de gentes enmascaradas». ¡Qué acierto definitorio, adelantándose a los tiempos! ¡Cuántos festines, saraos u orgías no se habrán procurado los que se han enriquecido fraudulentamente con la desgracia ajena!
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