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Mañana, el comercio y los hijos, por este orden, festejan el Día de la Madre. Todos los días del año se trata de recordar o conmemorar fechas históricas, causas loables o lo que tercie, conforme a la imaginación de quienes tienen poder para influir en ... el calendario. A veces se reiteran estas celebraciones. Hay varios días hasta del gato y, por supuesto, si la humanidad no se pone de acuerdo para eliminar el hambre, la guerra o enfermedades que, con recursos, tienen cura, con mayor motivo no se van a preocupar de coordinar –a salvo fechas como el reciente 1 de mayo– las agendas festivas.
El Día de la Madre, siempre con la aquiescencia eclesiástica, se celebra, en España, el primer domingo de mayo. Sorprenderá a algunos que, hasta 1965 el día señalado era el de la Inmaculada, el 8 de diciembre. Comparten este inminente día 5 países muy próximos, como Andorra, Portugal y su excolonia Angola, así como Hungría, Lituania y la lejana Sudáfrica. Todo merecería una explicación, pero se haría demasiado larga para lo que se pretende. El segundo domingo de este mes, tiene más predicamento en medio mundo, incluidos doce países de la UE y nueve de cultura hispánica.
En cualquier caso, se trata de festejar, expresando afecto y gratitud, a nuestras progenitoras y, de paso, obsequiarlas con un regalo que, dada la generalidad de los celebrantes, alegra las expectativas de numerosos ámbitos comerciales. Bien está, no sólo un día al año, honrar a quien nos trajo al mundo y, sobre todo, contribuyó, con sacrificios y paciencia infinita, a hacernos personas de provecho. O, al menos, lo intentó denodadamente, que de todo hay en la viña del señor.
Pero a la vez que erigimos altares simbólicos a las madres, también hay muchos abandonos en esta sociedad, sobrada de egoísmos, por parte de descendientes de primera y segunda generación. Esto es un drama que no se resarce con una visita anual y unos dulces, suponiendo que la diabetes no exima de tan pesado deber.
Pero, como es bien conocido, hasta semánticamente las madres son maltratadas. Es penoso, amén de machista, el adjetivo que en el frecuente lenguaje grosero se antepone para insultar a alguien. La Letanía del Rosario quizá podría, ya que la Virgen tampoco se salva, incluir un 'mater denigrata', aunque, en latín, literalmente, estaríamos hablando de 'ennegrecida', lo que quizá no sea políticamente correcto en estos tiempos.
Es de general conocimiento que en no pocos países hispanoparlantes el término 'madre' suena muy duro –en parte por estas zafiedades, que vienen de antiguo– y se usa el familiar y afectivo 'mamá', aunque también, especialmente en sectores cultos, esto también está cambiando, porque ¿qué tiene que ver una palabra hermosa con la tergiversación infame que se le quiera dar adjetivada? Es cierto, sin salir del lenguaje ordinario, incluso soez, que las famosas cuatro letras, antecedidas de la preposición 'de' y seguidas de 'madre', significan algo positivo, gozoso, euforizante… En algún país latino se invoca a la madre sin adjetivo con el mismo significado y, en México, por ejemplo, la expresión 'en la madre' tiene diversos significados. En España, la exclamación '¡mi madre!' o la tan frecuente en Asturias de '¡Ay, madre!' no dejan de esconder la referencia al vínculo, incluso protector, de la progenitora. Así, el '¡Madre mía!', que sugiere sorpresa o temor, ya ha perdido en muchos hablantes la connotación mariana en la que nació.
Yo, que para esto no soy iconoclasta, echo de menos a mi madre y el llevarle lo único que aceptaba, reticente a regalos de valor: un décimo de lotería que, inefablemente, nunca le tocó. Pero el verdadero regalo era el que, a diario, nos dio a sus hijos y nieto con su presencia amorosa y su constante ejemplo de trabajo, entrega y proscripción del rencor, lo que en su caso no dejaba de tener mérito. Su recuerdo constante también es un obsequio imperecedero que compila todos los años vividos bajo su sombra amplia y generosa. Para eso, ciertamente, no hay plazos ni días señalados con mayor o menor artificio.
En fin, en esta situación institucional y mediática tan convulsa, no deja de ser lamentable, en la calle o en las redes, escuchar o leer, deprimentemente, cómo no pocas personas se 'acuerdan' de la madre de algunos políticos.
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