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Con las noticias que llegan de la Franja de Gaza y las muertes violentas y numerosas de tantos menores, podría parecer que iba a dedicar este comentario al drama actual, que no último, de Oriente Próximo. Pero, aunque, lógicamente, no soy insensible a la tragedia ... y creo, pese a la filtrada información que llega, tener claras algunas cosas en este conflicto, no tengo autoridad científica para ofrecer una opinión solvente.
No; el título de este artículo está más próximo a las recientes celebraciones de Todos los Santos y los Difuntos. Esa separación de fechas y celebraciones que tanto se repite desde los púlpitos o ambones, sin que cale en la ciudadanía, creyente o no, porque, justamente, los hábitos los crea la población y no las homilías o mítines, según el caso. Pero, en efecto, el clero no deja de aclarar que santos, al entender católico, podemos serlo todos. En una ocasión oí a un cura bonancible e ingenuo, convencido del perdón universal, decir que en el otro barrio todos seríamos santos, lo que provocó estupefacción en la feligresía, que ya estaba viendo a tiranos y genocidas en el Paraíso.
Bien; entro en materia. Algunos medios se han vuelto a hacer eco de la disminución de visitantes a los cementerios en este año. Asturias no ha sido, al parecer, la excepción. Personalmente, algo noté. Los hábitos van cambiando y la tradición de visitar tumbas y nichos se va relajando. También es cierto que muchas parroquias han visto una oportunidad en la construcción de columbarios, ciertamente demandados por no pocas personas y que, con el creciente número de incineraciones, muchas cenizas no acaban en camposantos. Y, en ese bajón de cumplidores con el 1 de noviembre, también se nota una clara brecha generacional. Luego hablaré de los niños, pero los jóvenes, salvo excepciones de luto cercano y doloroso, parecen pasar del ritual de la limpieza y ornamentación de sepulturas, por no hablar de los rezos por los ausentes. El gremio de la floristería es, sin duda, en cuanto a comparación con otros años, el más fiable a la hora de evaluar la evolución.
Lo que se llama cultura de la muerte -algo que parece contradictorio-, tiene muchas interpretaciones. Una, generalista, en la que yo he trabajado desde el ámbito legal, que abarca los numerosos y variados ritos, creencias y costumbres que se generan ante el hecho universal e inevitable de la muerte. Ahí cabe todo: el duelo, los aspectos jurídicos relativos al cadáver, las distintas formas de morir, incluyendo la violencia de guerras, catástrofes naturales y atentados y, lógicamente el suicidio, la muerte inducida y otros muchos enfoques.
Desde la teología católica más conservadora, el profesor Gonzalo Miranda entiende la cultura de la muerte como «una visión social que considera la muerte de los seres humanos con cierto favor», lo que «se traduce en una serie de actitudes, comportamientos, instituciones y leyes que la favorecen y la provocan», en una indisimulada censura a la eutanasia. El propio Juan Pablo II, en su encíclica 'Evangelium vitae' (1995), había alertado de los peligros de incidir o caer en la deriva de esta cultura.
Pero vuelvo a algo más pacífico: la infancia. Es rarísimo ver niñas y niños con sus familias visitando las necrópolis. No hay contenidos, más allá del hecho biológico, ético o religioso, en los planes de estudios de los escolares. Casi como, por superchería, se esconden estas cuestiones lo más posible, como si de algo macabro se tratara. Al menos en esta cultura que nos es más próxima, aunque tal cosa no sucede, sino todo lo contrario, en México. Y la muerte y los muertos están ahí, como algo natural -y doloroso- y con tacto y huyendo de lo tenebroso, debe también formarse en este aspecto a los menores. Termino con un ejemplo que creo que es representativo de lo que digo: bordeando, prácticamente, el gigantesco cementerio madrileño de La Almudena, hay varios colegios y dos institutos. Sería interesante, para los especialistas en las disciplinas relacionadas con la infancia, conocer y analizar lo que las criaturas piensan ante la inevitable visión de aquella ciudad de los difuntos.
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