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No voy a entrar en la sorprendente acción judicial esgrimida por el monarca emérito contra el expresidente de Cantabria porque nada tiene ya de noticia ... y, precisamente, al señor Revilla no le faltan altavoces. Me resulta triste y esperpéntica, a la vez, esta reacción con la que, supongo, se pretende lavar el honor del rey desterrado.
Pero sí creo oportuno recordar que hace trece años, justamente el 13 de abril de 2012, al parecer de madrugada, el Rey de España, ya con problemas de movilidad y cirugías varias, en un resbalón real y figurado, sufrió una caída de consecuencias graves en un bungaló de lujo en Botsuana, a donde había viajado casi clandestinamente, para cazar elefantes, junto a un grupillo de amigos y supongo que algún cortesano y una amante que, en horas veinticuatro, pasó del amor a la guerra, sustanciosos donativos y regalos de por medio. La procedencia de esos dineros bien se puede suponer. Lo de viajar con una querida señora en esas fechas quizá se debiera a que el 13 de abril –también hoy–, es el Día Internacional del Beso. Una ocurrencia más para calificar el calendario.
Huelga recordar la repercusión de esta astracanada, con repatriación hospitalaria incluida, en la sociedad española que trataba de salir de la crisis de 2008. Sus disculpas a la salida de la clínica parecieron poco creíbles y la promesa de «no volverá a ocurrir» no sé cuántos días llegó a cumplirse.
Los monárquicos sensatos y los posibilistas del Gobierno de entonces vieron que, o se arropaba al Jefe del Estado, al que ni las prerrogativas de inviolable e inmune le salvaban ante la sociedad, o trataba de salvarse la institución monárquica. Ese día desdichado llevó al convencimiento general de que intentar echar tierra encima era aún peor. El embrollo no tenía salida, como le ocurre a Botsuana, país africano interior sin salida al mar.
El relevo en el trono estaba cantado y se hicieron muy largos los dos años y pico hasta que se produjo la abdicación, el 18 de junio de 2014, mediante una Ley Orgánica de esa misma fecha.
El preámbulo de esta norma, prevista en el artículo 57 de la Constitución, es la propia declaración de quien abdicaba, en la que no se encuentra ni una palabra de autocrítica ni de expiación y cito algunas de sus frases llevadas al BOE: «Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana». Se trataba de rejuvenecer las altas magistraturas, partiendo de un sacrificio personal: «Mi única ambición ha sido y seguirá siendo siempre contribuir a lograr el bienestar y el progreso en libertad de todos los españoles [porque] quiero lo mejor para España, a la que he dedicado mi vida entera y a cuyo servicio he puesto todas mis capacidades, mi ilusión y mi trabajo». Todo cosas buenas.
Y lo que le llevaba a la abdicación era simplemente una cuestión de edad percibida solamente por él en su cumpleaños: «Cuando el pasado enero cumplí setenta y seis años consideré llegado el momento de preparar en unos meses el relevo para dejar paso a quien se encuentra en inmejorables condiciones de asegurar esa estabilidad». Porque «el Príncipe de Asturias tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado y abrir una nueva etapa de esperanza».
Todo esto es conocido, aunque hayan pasado ya unos años bajo el reinado de don Felipe VI. Muy convulsos por la llama independentista, la pandemia, las crisis y algunos desastres naturales. Más lo que ahora nos espera.
Pero termino, en este día en que recordamos otro muy penoso, con el hecho de la amenaza procesal a quien, a la vista de lo visto y sin entrar en sobreseimientos judiciales o archivos de infracciones tributarias, previo pago de débitos millonarios con intereses, ha dicho lo que, a veces con pena, podemos decir cualquiera de los contribuyentes de este país. Mal está, a mi entender, esa inviolabilidad e inmunidad que se tornan en impunidad arbitraria. ¡Pero que se censure y amenace a quien dice lo que es una verdad a voces!
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