Secciones
Servicios
Destacamos
Llevo un buen número de años escribiendo todas las semanas en la prensa. Para este diario decano, desde 2007 y creo que sólo falté en una ocasión, tras un episodio de vértigo que me llevó a pasar una noche en el hospital. Ahora, el vértigo ... es otro: el informativo. Es normal, para los colaboradores de los periódicos, redactar los artículos con algo de antelación para permitir a los responsables el conocimiento y maquetación de la colaboración. Es mi caso y siempre pretendo cumplir diligentemente y con gratitud, ya que no es la primera vez que se me desliza un gazapo y se me advierte. Pero, dicho esto, confieso que el ritmo noticioso es tal que uno tiembla pensando lo que puede ocurrir, inesperadamente, de mediados a fin de semana, dejando obsoleto lo que se tenía por actual y oportuno.
Por eso, como hoy es Domingo de Resurrección, aferrarme a cuestiones vinculadas con la Semana Santa, tiene –espero– pocos riesgos, ya que la festividad lleva muchos siglos invariable. Y hablo de imaginación e imaginería y aún cabría introducir el término emulación. Como todos advertimos, los rituales de la Pasión, con sus procesiones, en un país cada vez más laico o, al menos, de menor práctica religiosa, se han generalizado. No es sólo este tipo de celebraciones. Las ciudades y pueblos tienden a copiar lo que tiene éxito –turismo y gastronomía, sobre todo, seamos claros– en otras partes del país o fuera de él, ya que la globalización también nos afecta en estas cosas.
Yo, desde el mayor respeto a las tradiciones y, por supuesto, a las creencias, nunca he sido de pasos procesionales. De muy niño había alguno en mi ciudad, pero se extinguieron hasta que, supongo que no sólo por una fe resucitada, un alcalde, como en tantos sitios, recuperó capuchones, antorchas e imaginería. Alguna más antigua y otra de reciente fábrica. No sé si, haciendo abstracción de las conciencias, estos desfiles urbanos aportan en todos lados visitantes, consumidores y felicidad en la semana trágica de la cristiandad. Supongo que, aunque estos ritos callejeros estén ya extendidos por toda España, algo se sacará en limpio y no me refiero a las conciencias. Como diré al final, se nos informará enfáticamente del posible éxito.
Pero mi reflexión va más allá de lo religioso y lo profano. ¡Qué difícil es contar con gestores y asesores de éstos, con imaginación, con creatividad! Siempre hay que copiar lo que tiene fortuna –merecida, casi siempre– en otros lares. Yo, en toda mi vida, en algunos viajes, he coincidido con procesiones –recuerdo Sevilla o Zamora– y extrapolar una cultura secular, un arte que puede gustar o no, pero que está ahí y una forma de entender estas prácticas por una sociedad concreta, es como hacer una fotocopia de un lienzo genial y esperar a que, con un buen marco, sea admirada.
Recuerdo la fiebre del Guggenheim en los años inmediatos a 1997. Muchísimos ayuntamientos españoles quisieron emularlo, buscando arquitectos «de referencia» (expresión ésta que ya aburre), llamándose a la puerta de creadores como Calatrava, por no salir de Asturias. Pero chapuzas al margen, el éxito de un gran equipamiento no es sólo la firma, aunque es cierto que se coló mucho amiguete de escasa originalidad. Frank Gehry hizo una obra de arte, atractiva en continente, contenido y transformación urbana, pero, justamente, se unieron muchas cosas que no son exportables a cualquier descampado o emplazamiento que satisfaga al consistorio de turno.
Pasa lo mismo con las iniciativas gastronómicas –aquí, a los asturianos, también han querido copiarnos hasta la cultura sidrera– y también con las fiestas laicas. Menos mal que las copias ya son de chupinazos y pirotecnia, o con sosias de personajes de otros lares, porque la barbarie de cabras lanzadas al vacío o toros embolados, también fue contagiosa.
Pero voy a una modesta reflexión final, asentada en testimonios verídicos. Con el descubrimiento de los rituales de masas en la Semana Santa –tiempo, para muchos, si no de recogimiento, sí de reflexión y descanso, sin necesidad de excesos viajeros o culinarios–, podemos constatar cómo son muchas las personas que se alegran de este episódico paisanaje urbano, colorista, musical y supuestamente atribulado ante el rostro inmóvil de las imágenes y el padecimiento real de costaleros y cirineos del momento. Siento el mayor respeto hacia ellas; pero es posible que achaquen estos actos renacidos al fervor de alcaldesas o alcaldes más cercanos a la Iglesia. Y, mucho me temo que, aunque cooperadores necesarios de estos programas, a los pontífices de todo ello debe buscárselos en los palacios de la hostelería. La prueba del algodón está en la estadística. Se ofrecen datos aproximados de asistentes a procesiones y, lógicamente, ninguno de sus consecuencias espirituales. Pero sí que nos aburren con los porcentajes de ocupación hotelera. La gran noticia de hoy, pese a cuanto pregonamos de un turismo sostenible en nuestra región, se confeccionará con cifras y récords.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Nuestra selección
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.