Hábitos participativos

Sin duda se ha rebajado la ilusión de intentar cambiar los derroteros de nuestros gobiernos con unas modestas papeletas. De esas con las que nos saturan los buzones los partidos en un gasto innecesario en los presentes tiempos, que no deja de ser una contradicción con la política de protección de datos

Domingo, 9 de junio 2024, 02:00

No sé si el tema futbolero, que tiene en vilo a un porcentaje elevadísimo de la ciudadanía astur –lo que es humano, porque no vamos a estar leyendo a Kant todos los días– incidirá en un menor interés por las votaciones de hoy. Sería una ... pena y una irresponsabilidad, pero habrá que valorar lo sucedido una vez cerrados los colegios. Y ahí lo dejo, no vaya a deslizárseme una sola palabra que se interprete como preferencia electoral. Aunque, como ya casi todo el mundo entiende –menos el legislador–, lo de la jornada de reflexión es una cautela paleolítica en medio del mundo de las nuevas tecnologías, la IA y las comunicaciones instantáneas, con perfiles reales o falsos, en las redes sociales.

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Voy a algo todavía más aséptico. Desde muy antiguo, la participación cimienta la acción política, allí donde, claro está, hay un resquicio de democracia, ya que la tiranía y el totalitarismo subyugan a bastante más de la mitad de los habitantes del planeta. Nuestra actual Constitución lo dice claro en su artículo 23, dentro de los derechos fundamentales: «Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal». Y en esas estamos el día de hoy. Pero hay supuestos, cada vez más llamados a ser reliquias de la España vaciada, donde los vecinos también son gestores. Es el caso del concejo abierto, fórmula ya con visos románticos, vinculado a pensamientos como el de Joaquín Costa. La propia Constitución de 1978, en su artículo 140, remitió a la ley de régimen local los supuestos en que procede aún el concejo abierto, en el que todos los empadronados vienen a ser concejales. Hasta 2011, se regían por este modelo asambleario y consuetudinario los municipios de menos de cien almas y, desde ese año, funcionan en concejo abierto, sin tal límite numérico, además de los municipios que tradicional y voluntariamente cuentan con ese régimen, los que, por su localización geográfica o la mejor gestión de los intereses municipales lo hagan aconsejable. Eso sí, los alcaldes de municipios de menos de cien habitantes que no funcionen de tal manera –o sea, que cuenten con regidor elegido en las urnas– pueden convocar, para determinados asuntos trascendentes, a la asamblea vecinal, cuyo pronunciamiento será vinculante.

Cuento esto a propósito de los hábitos cambiantes. En la España de la Restauración –y aún mucho después–, con núcleos rurales más poblados que hoy en día, la costumbre era reunir al vecindario los domingos a la salida de la misa; en algunos, bajo el árbol totémico del lugar. Supongo que un texu en Asturias. Ahora, esta figura participativa es ya excepcional; lo de la misa, también, por falta de practicantes y, sobre todo, de oficiantes y, en fin, aunque los fines de semana pueda haber movimiento en los pueblos, muchas de sus casas son segundas residencias de oriundos que, de lunes a viernes, viven en la ciudad.

Cuando se instauró la democracia participativa, en 1977, surgió el tópico festivo y, por lo novedoso y emotivo, era frecuente madrugar para ir en familia a votar. Yo lo hice con mi padre y, hace ocho o nueve años, con mi hijo. También era habitual tomar algo, incluso desayunar, después de cumplido el deber. Seguramente en el día de hoy sigamos viendo algo de este pasado lejano o próximo. Censados que acuden a las urnas, al ser domingo, tras cumplir con sus obligaciones religiosas. O con sus 'deberes laicos' de hacer ejercicio. Y seguiremos viendo parejas o familias acudir conjuntamente, sin abandonar el ritual, aunque este sea ya totalmente facultativo y voluntario, dado, además, que el horario de votación es muy amplio. Quizá demasiado, pensando en los sufridos miembros de las mesas.

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Parte de estos ritos, en efecto, pueden seguir apreciándose en 2024. Lo que sin duda se ha rebajado es el ardor guerrero o la ilusión de intentar cambiar los derroteros de nuestros gobiernos municipal, autonómico o estatal a través de unas modestas papeletas. De esas con las que nos saturan los buzones todos los partidos políticos, en un gasto totalmente innecesario en los presentes tiempos y que no deja de ser una contradicción con la política de protección de datos: ¿Por qué todas las fuerzas políticas, a las que no he dado consentimiento alguno, tienen derecho a extraer los datos del censo y saber mi dirección postal?

¿Y los derroteros de Europa? ¿Aún pensamos que no nos son tan próximos como los de una alcaldía o una presidencia regional o estatal?

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