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Lo que viene ocurriendo en la política nacional en los últimos años no deja de recordarme unos conocidos versos de José Agustín Goytisolo, vueltos canción por Paco Ibáñez. Un poema que, justamente, se titula 'Érase una vez', y donde se invierte el papel tópico de ... los personajes infantiles, casi a modo de oxímoron: un lobito bueno y unos corderos maltratadores; un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. En 1984 el poeta barcelonés publicó un libro de cuentos con estos personajes de rol invertido. Pero Goytisolo reconocía en su composición original que eran personajes soñados de 'un mundo al revés'.
La realidad actual es, en cambio, eso: realidad. Hemos soportado a delincuentes amnistiándose a sí mismos; a corruptos excarcelados por enfermedad terminal que, seis años más tarde, exhibían su buena salud en gimnasios y playas; a policías patrióticas fabricando delitos; a servicios de inteligencia incapaces de dar con las urnas del 'procés', pero diligentes transportistas de dinero público para amantes despechadas de un monarca que predicaba la ejemplaridad y, en fin, un fiscal general del Estado investigado por el Tribunal Supremo. Algo o mucho falla, vistos los descosidos del traje del Estado que se dice a sí mismo, en la Constitución, social y democrático de Derecho.
En este último caso, ciertamente un esperpento, se da también la penosa circunstancia de que los motivos de la acusación se vinculan a la supuesta revelación de datos protegidos de un infractor confeso, pareja de una autoridad autonómica del país. Y coincidiendo en el tiempo con las diligencias del 'caso Koldo', el cerco al señor Ábalos y el trasfondo dramático de las mascarillas. Esas que estos días quieren volver a imponer los responsables sanitarios ante los virus estacionales que nos acechan.
No me gusta nada el escenario nacional ni el europeo en los últimos tiempos, a sabiendas de que todo puede empeorar y rara vez se desanda lo mal andado. El tema de las crisis y calamidades migratorias es un buen ejemplo. Encauzar la desordenada llegada a nuestras costas de miles de personas que se juegan la vida, huyendo de guerras y hambrunas, es ya cuestión muy compleja, porque, como en tantos asuntos que se veían venir, nos ha pillado el toro. El problema en Canarias no es sólo un tema competencial, como algunos quieren hacernos ver de forma simplista, y las soluciones a la italiana, de valerse de terceros países, no dejan de recordar a los campos de concentración, porque no creo que, en Albania le vayan a poner un pisito a cada persona o familia deportada por la señora Meloni. Para una reciente conferencia estudié con cierto detalle la situación francesa, la crisis y retorno al asimilacionismo y lo irreversible del caos que soporta la república vecina. España es vecina de África y está, en una pequeña parte, en este continente. Los viajes del señor Sánchez y los compromisos para homologar en nuestro país los títulos académicos y profesionales expedidos en Mauritania, Gambia o Senegal no sé si solventan algo y si son moneda suficiente para parar un éxodo a Europa que se debe, justamente, a la situación interna de aquellos países. También se ha dicho que esa legalización casi automática chocaría con las largas demoras en hacer lo propio con los solicitantes de Iberoamérica que, ciertamente, no se merecen ningún agravio comparativo.
Está claro que ni las técnicas represoras ni el humanitarismo sin medios arreglan el drama de una África superpoblada y salpicada de dictaduras, sufrimientos, carencias de todo orden y conflictos múltiples: desde tribales a guerras entre países. La tan versionada canción de Quilapayún –que, por cierto, también inquiere a un fiscal, en referencia a la condena a Julián Grimáu–, se pregunta qué dirá el Santo Padre, que vive en Roma. Ahora sabemos lo que dice, pero de poco vale. Las prédicas sin dinero y, llegado el caso, sin consenso de las grandes potencias internacionales, sirven de poco. Y lo triste es que a esas naciones poderosas, que pocas veces se ponen de acuerdo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, no parece interesarles la paz y los mínimos pilares democráticos. El neocolonialismo de las riquezas minerales puede más que cualquier reflexión ética e igualitaria. Es más: muchos son los que no creen en la igualdad y en la idéntica dignidad de las personas, residan donde residan.
La Historia nos evidencia la alternancia de ciclos, también en el plano moral. Pero insisto en mi absoluto pesimismo, al menos a corto plazo. Porque si hubiera una revolución moral, que pusiera patas arriba todos los recovecos políticos y sociales del planeta, me apuntaría ahora mismo. Pero creo, más bien, que vamos a asistir en los próximos meses a acuerdos bilaterales o multilaterales en Europa que traten de evitar, a las bravas, lo que durante años no se supo prever y planificar. Por no hablar de si en la sociedad del viejo continente el incremento de la xenofobia no es una cuestión aislada de algunos países y de ciertas fuerzas de extrema derecha.
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