En la Navidad de 2022, la Real Academia Española, tan atenta últimamente a las modas, nos regaló la inclusión en el Diccionario del sustantivo masculino 'edadismo', como «discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas».
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No es casualidad el momento de ... la recepción, porque, en marzo de 2021 un informe de las Naciones Unidas había llamado la atención sobre lo que, barbarismo mediante, supone ese edadismo, afirmando que una de cada dos personas en el mundo tiene el prejuicio de esa actitud «que empobrece la salud física y mental de las personas mayores, además de reducir su calidad de vida», con consecuencias, también, económicas a la sociedad. En este informe, publicado conjuntamente por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (ACNUDH), el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (DAES) y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), se pedía actuar con urgencia para luchar contra el edadismo como «una sigilosa pero devastadora desgracia para la sociedad».
Lo de 'sigilosa' me resulta sorprendente. ¿Quién no sabe, desde hace muchísimo tiempo, que un parado, a partir de los cincuenta, lo tiene muy complicado para reinsertarse laboralmente? ¿Qué actriz famosa ignora que, con los años, sus posibles papeles se reducen, salvo excepciones, a la mínima expresión? ¿Qué futbolista no mira el calendario sabiendo lo que le espera de su club en cuanto sople determinadas velas? Vamos, que esto sí que es más viejo que la Tana, aunque no se filosofase sobre ello.
También, según los informes internacionales y a partir de la pandemia, se ha extendido el edadismo a los jóvenes; esos que están colgados de los cachivaches informáticos. Tampoco es una novedad. Trabajos donde se exige juventud, pero una imposible experiencia previa, los hay a montones. Y las carencias de trabajo y vivienda de este sector de la población denotan que no son, precisamente, los privilegiados de la sociedad.
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Pero la defenestración de lo añejo también se extiende a lo material; a las cosas. Un ejemplo muy evidente lo tenemos en el baile de medidas, de fomento o limitativas, según el caso, en el mercado del automóvil. Con la cruzada frente a los combustibles fósiles y la tutela ambiental, ya sabemos qué nos espera para antes de 2035, como se percibe ya mismo en no pocas poblaciones. Todo ello si el contrataque frente al coche eléctrico, que no es ninguna broma, no revierte el embate ambientalista al uso.
En todo caso, en la sociedad de consumo se dan contradicciones flagrantes. Hemos pasado por una lamentable y generalizada obsolescencia programada en diversos ámbitos, como el de los electrodomésticos, y cuando, en abril de 2022, la Unión Europea lanza una batería de medidas encaminadas a regular el llamado 'derecho a reparar' dispositivos electrónicos, ropa y productos dedicados a la construcción, en cambio se nos dice que mandemos en poco tiempo nuestro auto para el desguace.
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No es la primera vez –lo estamos viendo en el ámbito agroganadero y pronto se percibirá en la digitalización precipitada– que las instituciones europeas tienen que recular y matizar, con realismo, sus propuestas y medidas, algunas gravosas, por avanzadas y saludables que resulten. Curiosamente creo que muchas de estas cabezas pensantes que logran sacar propuestas de cambios radicales a nivel continental o, incluso, internacional, tienen muy poco conocimiento de causa de la realidad social y del paisanaje. Y, o nos dicen obviedades, como que los mayores están marginados –mejor solucionaban el tema de las residencias geriátricas– o imponen que esos mismos ancianos se muevan en la sociedad de la información y en las nuevas tecnologías como un ingeniero informático. La desoladora estampa de personas de edad peleando con un cajero automático para hacer una transferencia es bien elocuente, por más que se esté tratando de corregir este atropello. Los mismos que han propiciado, a todo gas, la digitalización del sector bancario son los que pregonan que el edadismo es una lacra y hay que redimir a los pobres viejecitos.
O es una esquizofrenia de estos cerebros que rigen nuestras vidas o la cortedad mental es un mérito. Pero hay grandes tragaderas en los gobiernos y también en una población que, lógicamente, atiende más a las catástrofes que sacuden el planeta.
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