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Dolor institucional, dolor en el alma

Creo que algo debería cambiarse, por complicado que esté modificar la Constitución. No es una broma, desde el punto de vista de la ciudadanía, que demanda atenciones y servicios y que tiene derecho a la seguridad jurídica, estar unos cuatro meses en una situación de interinidad

Domingo, 1 de octubre 2023, 01:16

Tras el previsto -ni siquiera previsible- fracaso en la investidura del señor Núñez Feijoo, parece que empieza a correr el plazo de dos meses al que se refiere el artículo 99.5 de la Constitución, a efectos de convocar, en caso de nuevo fallido, elecciones generales. No parece que vaya a ser así, aunque las dudas y preocupaciones por pactos arriesgados y quizá indigeribles ahí seguirán hasta el último minuto. Espero que las mayorías -abrumadoras, por cierto, en Cataluña- no se plieguen ante las demandas antisistema de algunas minorías.

Pero voy a la primera parte del título de este comentario. Hemos estado, desde el 23 de julio, lo que no es poco por más que se quiera aducir, toscamente, que agosto es un mes 'tirado', esperando por la investidura de un presidente del Gobierno y el nombramiento de un Ejecutivo. Suponiendo que se logre formar Gobierno al segundo intento, estaremos ya casi a final de año y, desde luego, la composición y provisión de personal del nuevo organigrama nos dejará en blanco lo que queda de ejercicio.

Y creo que algo debería cambiarse, por complicado que esté modificar la Constitución. No es una broma, desde el punto de vista de la ciudadanía, que demanda atenciones y servicios y que tiene derecho a la seguridad jurídica, estar unos cuatro meses en una situación de interinidad. Porque un nuevo Gobierno, en cascada, puede remover, como se ha apuntado, hasta cargos modestos y alterar la organización y hasta denominación y adscripción de cientos de oficinas administrativas. Y los responsables, y hasta los empleados públicos, son conscientes de ello y el famoso principio de continuidad se resiente.

Más importante que las trifulcas y su magnificación mediática, son los estándares de calidad de la sanidad, la educación, los servicios sociales, el transporte... Y quien crea que estas prestaciones esenciales no se resienten -o al menos acumulan dudas gestoras-, está en el limbo.

Y, a niveles más altos, recordemos, con la Ley del Gobierno, de 27 de noviembre de 1997, que, en funciones, el Presidente del Gobierno, por ejemplo, no puede proponer la convocatoria de un referéndum consultivo y el Consejo de Ministros está incapacitado para aprobar el Proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado (y ya estamos en octubre); presentar proyectos de ley a las Cortes (de ahí que se hable de proposiciones de los grupos parlamentarios), y las delegaciones legislativas otorgadas por las Cortes están en suspenso durante el tiempo en que el Gobierno se mantiene en esta situación.

No son bromas que se puedan minimizar con imágenes acaloradas de los líderes. Aunque se pongan ejemplos tópicos, como aquel de que Italia funciona igual sin Gobierno, las instituciones están para algo y, en esta situación, también duele España.

El dolor en el alma, es, evidentemente, como tantísimas personas vienen destacando, por el vacío dejado por Marcelino Gutiérrez, de quien sólo puedo hablar con admiración y gratitud personal. Además de un director excelente e irrepetible, como relatan todos los profesionales de este medio, era una persona cercana y dialogante con quienes, como yo, nos asomamos, invitados, a las páginas del Decano. Siempre atento a las pobres sugerencias que le hacía, especialmente en relación a actos o invitados de la corporación que presido. Tuve la suerte, en estos casi siete años, de, pese a ser un mísero colaborador, ni telonero siquiera, disfrutar de su amistad y de no pocas conversaciones y mensajes, siempre enriquecedores para mí. Por ello, no quiero dejar de agradecer a Benigno Villarejo, también decano, pero de la abogacía gijonesa, que me invitara un año más a la fiesta colegial del pasado siete de septiembre. Y ello porque, durante una hora previa a la cena, pude estar, mano a mano, con Marcelino, hablando de lo divino y lo humano. Algo de eso -una información del día-, le estaba trasladando por WhatsApp justo cuando la llamada de un amigo común me destrozó el alma. Borré el texto, pero jamás a un destinatario imborrable para esta Asturias tan necesitada de personas excepcionales.

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