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Como siempre que entro en el palacio de la Junta General, experimento sensaciones contrapuestas. Este magnífico edificio de Nicolás García Rivero, tiene el pecado original de haberse erigido tras demoler el convento gótico de San Francisco y, más modernamente, fue siniestro escenario de consejos de ... guerra que enviaron al paredón a cientos de inocentes. Eso es memoria histórica, que, sin éxito, pedí ya hace años, que se recordara con una modesta placa. Esa es la percepción negativa que me produce subir la escalinata de la calle Fruela. La inversa, es que, recuperado el nombre histórico de nuestra asamblea, he tenido la fortuna de asistir allí a brillantes actividades y se percibe en el ambiente, la grandeza y el simbolismo de nuestro autogobierno. Y, en el caso de este jueves, volver a escuchar a quien fuera uno de mis mejores alumnos, añadía un plus de satisfacción y hasta de indebido orgullo.

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