Los famosos versos de don Ramón de Campoamor cobran, una vez más, actualidad ante la política de pactos en la que estamos sumidos desde la determinación de don Pedro Sánchez y sus incondicionales de llegar a un acuerdo de investidura a múltiples bandas. En efecto, ... en este mundo, a veces traidor, como escribía el poeta naviego, las cosas se ven según la tonalidad con que se observen. No es, ciertamente, la gama cromática de las lentes ni el iris de los observadores, sino la predeterminación, en este caso ideológica, de quien mira y juzga. Pero en los momentos actuales no estamos sólo ante la contraposición derecha-izquierda, porque lo que se ve por los prismáticos no es un posible ejecutivo de izquierdas que satisfaga plenamente a los votantes del ala siniestra, sino una coalición formalmente progresista en el Consejo de Ministros, pero con muchas hipotecas pactadas, a altos intereses, con fuerzas independentistas, algunas manifiestamente derechosas. Pactos que habrá que revestir y renegociar cada vez que haya que aprobar una ley. Y las leyes no son socialmente inocuas, obedecen a una sensibilidad determinada hacia la ciudadanía y los servicios públicos.
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En este caso, pues, el catalejo no tiene vidrios enteramente rojos -o morados- y azules, es un caleidoscopio que lo mezcla todo y nos ciega el entendimiento. Y admito, cómo no, que un peligro involucionista y, como estamos viendo en las concentraciones de protesta, violento, debe frenarse. Pero a veces, hay accidentes cuando al pisar el freno el pie aprieta el acelerador. El peor pacto es mejor, sin duda, que una anarquía o que una inestabilidad como la que hace sólo unos años se vivió en Cataluña y se mitigó en cierta medida. Hasta los Evangelios entienden prudente enviar emisarios para acordar armisticios cuando se presume que, de una refriega, se va a salir escaldado. Lo que no tenemos claro es si España -y, por supuesto, Asturias- van a salir bien paradas de esta aventura de concesiones y privilegios al secesionismo periférico.
Vamos sabiendo por fascículos lo que el PSOE va acordando con unos y con otros, en una lucha de los pequeños, pero imprescindibles, para presumir ante su electorado de lo que han conseguido para su 'nación'. Tanto en Cataluña como en el País Vasco, donde no tardará en haber elecciones autonómicas, se repite el modelo: una fuerza de izquierda radical y otra de cimientos conservadores y vinculada a la tradición económica del territorio. A todas sus exigencias habrá que adaptarse y, como se ha dicho, en las futuras leyes habrá desavenencias importantes para alcanzar los 176 votos del Congreso.
De momento -y con los pelos de punta tras el atentado a Vidal-Quadras-, sabemos de algunos complejos traspasos (con huelgas ferroviarias que nos afectan) y de una amnistía que, por cierto, los militantes socialistas no votamos, aunque alguno la tuviera en mente. También esto me preocupa y no poco. Hace unos días, el profesor Torres Aguilar, quizá el mayor experto en la materia, reconoció en una conferencia y en este medio que algún día debía llegarse a la pacificación y a las medidas de gracia, pero que el tema era la oportunidad de este momento. Así lo creo, pese al riesgo de nuevas elecciones que poco bueno podían reportarles a los nacionalistas. Porque, luego, vendrá el Tribunal Constitucional -cuya decisión sobre el Estatut fue uno de los pretextos de la sedición-, con una composición de mayoría conservadora, ya que, en breve, el Senado renovará a cuatro magistrados. No quiero pensar en los efectos de una sentencia que anulara la amnistía. Por eso, no por falta de deseo de reconciliación ni de investir a un gobierno que avance en los derechos y libertades, siento preocupación y desazón. El jueves me llegó a mi móvil una comparación con el pacto de Sánchez y Puigdemont y, lejos de hacerme gracia, me entristeció: el presidente de una comunidad de vecinos firma un acuerdo con un comunero que ha invadido un trastero ajeno. El primero anota que eso es ilegal y el segundo que le tocó un espacio muy pequeño. Pero pactan que uno retira la denuncia a cambio de que el otro le vote en la reelección de la junta de propietarios. Repito, no me gustó porque -esto duele- algo se parece, caricaturescamente, a lo sucedido.
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Pero la política va a gran velocidad; habrá tiempo para muchos comentarios y, espero, para alegrarse del desarrollo de lo que ahora nos inquieta a algunos.
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