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Aunque, lógicamente, me preocupen más, como creo que a todos, el preconcurso de Duro-Felguera o la parada en el tren de alambrón de Arcelor, ... que no por previsibles dejan de ser dolorosos y muy inquietantes en una región donde los esfuerzos públicos y privados por relanzar la economía se encuentran con toda suerte de contratiempos, como en una carrera de obstáculos, no quiero dejar de reflexionar, por banal que parezca, sobre los complejos calendarios que se yuxtaponen en este fin de año y entrada del venidero.
Una vez más confieso mi temor al hartazgo ante tantas fiestas como se avecinan, apenas salidos del largo puente de la Constitución. Parece un contrasentido el cansarse de descansar, pero no es lo mismo. Muchísimas personas, a veces en situaciones complicadas, tienen que seguir esforzándose en estas fechas para sacar adelante a su familia. Y, a la inversa, no deja de ser un escándalo social, ver y escuchar, desde la telebasura o el papel cuché, a efímeros famosos de cama y gresca anunciando sus exóticas vacaciones o vendiendo exclusivas fotográficas en paraísos (a veces fiscales), supuestamente para descansar de no haber pegado palo al agua en toda su vida. Y lo mismo ocurre con potentados, personajillos vinculados a casas reales y otros sujetos de variado pelaje.
Yo, desde luego, aunque no suela utilizar estas semanas para salir de Asturias (y vaya un elogio merecido para el Ministerio de Transportes, tras la fana del Huerna), no tengo más que motivos para dar gracias por contar con una situación en la que quejarme sería un pecado social. Eso, sí; repito que son demasiados días festivos y no parece haber forma de reducirlos en España. Valga como dato elocuente que la festividad de Reyes, siendo prescindible y mutable por las comunidades autónomas, no es laborable en toda España porque la infancia tira mucho, por más que tanto los sucedáneos alóctonos, con renos o sin ellos, ya desfilen por nuestras calles y comercios y los autóctonos, con tradición local o puro camelo identitario, tiendan a reducir el impacto del 6 de enero.
Salidos, como he dicho, de unas celebraciones alargadas, toca el aprovisionamiento de vituallas de tierra, mar y aire. Mucha proteína y barra libre de glucosa y espumosos de distinta graduación. Supongo que como la sidra está en el 'candelabro', estas Navidades se incrementará el descorche, aunque la achampanada no se escancie. Consumismo tópico del que todos decimos renegar, pero que goza de buena salud, como las compras de regalos, que dan oxígeno al comercio, pero no a todo el sector. Las compras por internet suponen desde hace años una competencia irresistible a los negocios de barrio sin que, en aras de la libertad de empresa y otros derechos vinculados a las compraventas, haya suficientes apoyos a las pequeñas sociedades locales o a los siempre sufridos autónomos.
El calendario prosigue con las consumiciones, ya iniciadas hace algunos días, tanto de amistades como de empresa y, de remate, hogareñas. Y las uvas televisadas. Celebraciones a veces precoces, aunque nada comparado con la obsesión por la iluminación. Este año ha coincidido la inauguración de las luminarias de colores en Oviedo y Gijón. No se puede competir (ni falta) con Vigo, pero cualquier día extendemos las bombillas y guirnaldas a todas las carreteras del Principado, desde las que aún se ven, por fortuna en decrepitud, destellos rojos, azules o verdes que no son de la Guardia Civil sino de lo que eufemísticamente se llaman clubes nocturnos.
Particularmente, yo he terminado ayer las clases del primer semestre (que no llega a cuatro meses) y la próxima semana toca ya examinar. Mi alumnado, en lo que respecta a mi asignatura, que no a otras, no tendrá que estudiar en estas vacaciones. Pero, como digo, en otras materias la tensión examinadora se reanuda nada más celebrada la Epifanía. Del 7 al 17 de enero hay numerosas pruebas finales señaladas, lo que amargará a los sufridos examinandos que tendrán, en muchos casos, que limitar su esparcimiento y, si los Reyes Magos son generosos, podrán disfrutar poco o nada de sus regalos. Aunque con distintos calendarios –ahora en septiembre no hay recuperación–, todos hemos tenido exámenes, aunque antes eran mayoritariamente parciales, al regreso de las vacaciones. Y, a veces, las cosas se complican enormemente.
No olvido cómo mi hijo debió afrontar un duro examen de Física un 8 de enero… Y lo hizo, para colmo, con una fiebre desatada y habiendo fallecido, durante la noche, su abuela materna. Pensando en este caso próximo, siento lástima e irritación ante el sufrimiento que las pruebas de enero infligen al alumnado. Autoridades educativas, rectorados: aunque no sea original, ¿no podría dársele una vuelta a estas programaciones?
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